sábado, 28 de marzo de 2015

Detective Cristina García. El misterio de la desaparición de las reliquias


El día 12 de noviembre de 2014 a las 10,30 horas de la mañana, recibo en mi oficina la visita del Comisario de policía y de su ayudante solicitando mi colaboración para  esclarecer el robo de las reliquias de Sta. Teresa. Dicen no tener pista alguna y me entregan una lista de sospechosos.
Les digo que para aceptar el encargo necesito conocer todos los detalles. Están de acuerdo y me explican que no es del todo cierto lo contado  por los medios de comunicación; que lo verdaderamente cierto es que han desaparecido las reliquias pero que no se sabe cuando, pues el ladrón ha sustituido estas por réplicas hechas en cera y puede haberlo hecho de forma escalonada a lo largo del tiempo.
Dicen que el engaño, ha sido descubierto en el convento de Ronda, donde las monjas cambiaron de ubicación la reliquia y la pusieron al lado de dos focos halógenos, para que  así, estuviera más visible durante el  próximo centenario; pero cual no sería su sorpresa cuando observaron como la reliquia se deformaba y empezaba a derretirse como consecuencia del calor de los focos. Ante tal circunstancia se dio aviso a todos los lugares que guardaban reliquias para que comprobasen si eran las auténticas o  habían sido cambiadas por réplicas.
Les digo que acepto el caso. Examino la lista de sospechosos y los motivos que hacen sospechoso a cada uno, pero lo primero es comprobar el contenido del sepulcro que contiene los restos de Santa Teresa en Alba de Tormes. Para ello debo ponerme en contacto con la Duquesa de Alba y con el Superior General de la Orden de los Carmelitas, así como con la Casa Real y con la Priora del Convento de Alba.
Mientras logro contactar, decido iniciar mis pesquisas entrevistándome con la Priora del Convento de San José. Cuando llego a la placita donde esta el convento, el sol esta ocultándose ya. Empujo la puerta, entro al zaguán y llamo al torno. Me preguntan desde el otro lado que es lo que quiero. Me presento como detective y digo que me gustaría tener una conversación con la Priora. Me dicen que con mucho gusto pero que debo esperar un rato, pues están en vísperas. Espero sentado al lado de la reja hasta que oigo unos pasos y una voz desde el otro lado me da las buenas tardes. Es la Priora.
Tras presentarme, le pregunto que como y cuando se había dado cuente de que la reliquia no era la verdadera. Dice que cuando le llamó la policía para alertarla de lo que había ocurrido en Ronda, y le pidió que comprobara la que allí había, que la rascó un poco con la uña y vio que era de cera.
Le pregunto si alguien ha tenido acceso al interior del convento últimamente; dice que no, a no ser unos albañiles que estuvieron haciendo algunas reparaciones en los tejados el pasado verano, pero que no sospecharía de ellos puesto que son de confianza y son los que hacen los trabajos en todos los conventos de la Orden.
Le pregunto que por que creé que han robado esa reliquia y no otra cosa de valor del convento; a lo que me contesta no entenderlo pues hay varias piezas como un cuadro, alguna estatuilla y un cáliz de plata, que han sido catalogadas como muy valiosas por el Director de los Museos Vaticanos en su última visita, y que incluso se estaba barajando la posibilidad de que fueran trasladados a Roma.
Agradezco la colaboración de la Priora y me despido. Cuando salgo, la luz de un farol intenta romper la oscuridad de la placita que cruzo a buen paso.
A la mañana siguiente contacto a través de la policía con la Casa Real. Pregunto por la llave del Sepulcro  y me dicen tenerla a buen recaudo y que el actual Rey Felipe VI la había recibido de su padre D. Juan Carlos I, tras la ceremonia de coronación, con la  presencia y colaboración de la representación religiosa enviada por la Santa Sede.
Les explico que necesitaría la llave para junto con las otras abrir el sepulcro. Me contestan que no habría problema en hacérmela llegar, con un emisario, cuando la necesitara.
Les pregunto que si pueden decirme quienes formaban la representación de la Santa Sede, a lo que me contestan que ahora mismo no lo recuerdan, que consultarán los  libros de audiencias y recepciones y que me enviarán los nombres en un sobre junto con la llave, a través del emisario.
Aún no era media mañana, demasiado pronto para llamar a la Duquesa, y el Superior General de la Orden de los Carmelitas, no acaba nunca de despachar asuntos  antes de las doce. Era el momento de bajar a desayunar. Cogí el abrigo y la bufanda del perchero y bajé las escaleras poniéndome los guantes. Tras el último chirrido de las maderas de aquellos escalones, un aire puro y frío acarició mi rostro. Caminé hacia la derecha, calle arriba, buscaba una cafetería concurrida del centro.
Estaba dando buena cuenta  de mis tostadas y mi café con leche cuando un correo electrónico llegó a mi teléfono. Era el Secretario General de la Orden de los Carmelitas, que respondía al que yo le había enviado a primera hora; me decía que viajaba esa tarde desde Roma hasta Madrid y que mañana estaría en el Convento de los Carmelitas Descalzos de Ávila, que traía consigo las tres llaves y que tenía previsto hacer la peregrinación “De la cuna a la Sepultura” por los caminos que pisó Santa Teresa, para pedir sus favores e intercesión para que este asunto se resolviera favorablemente. Me invitaba a hacer el camino con él.
Volví a mi oficina, encendí el ordenador y contesté al E-mail del Superior de los Carmelitas diciendo que sería un honor acompañarle en esa peregrinación. A continuación tomé  el teléfono y marqué el número del palacio de Doña Cayetana. Me dijeron que la Duquesa estaba muy consternada por lo sucedido; que debido a su avanzada edad sería su hijo mayor quien nos prestaría todo la ayuda y colaboración en este asunto, pues estaban muy agradecidos con la Santa Sede después  del  trabajo  de estudio y catalogación de las obras de arte de la familia, que había llevado acabo el Director de los Museos Vaticanos.
El día siguiente amaneció claro y luminoso, pero frío y seco como acostumbra en Ávila. Eran la ocho y media de la mañana cuando llegué  a la iglesia de la Santa, en ese lugar estuvo en otro tiempo la casa de Santa Teresa y el patio donde jugaba con su hermano Rodrigo. A la entrada de la iglesia encontré a un fraile, alto y fibroso, de piel y ojos claros, envuelto en un hábito marrón con capucha. Calzaba unas sandalias abiertas, echas de tiras de cuero que dejaban ver unos pies curtidos y unos dedos fuertes.
Después de presentarnos iniciamos la marcha en la que recorreríamos unos veinticuatro kilómetros hasta llegar a Gotarrendura. 
Tras cruzar el río llegamos a los Cuatro Postes. Echamos una mirada atrás, vimos como la escarcha aún no se había retirado de los tejados y proseguimos con ánimo la marcha pues, lo mejor estaba por llegar. Nuestra conversación giraba entorno al viaje y las incidencias del vuelo del día anterior. Ambos pensábamos que ya habría tiempo de hablar de las reliquias. Al cabo de un rato y sin darnos cuenta, el silencio se había apoderado de nosotros y así llegamos a Gotarrendura, localidad en la que se casaron los padres de Santa Teresa y donde ella pasó temporadas de su infancia. Después del almuerzo el Superior de los Carmelitas se retiró a hacer sus oraciones y yo decidí visitar un palomar del que cuentan que fue propiedad de la familia de la Santa.
A la Mañana siguiente iniciamos camino hacia Fontiveros. Nos esperaban veinticuatro kilómetros por caminos de tierra, entre parcelas de labor donde se cultivan cereales. Llegamos a Fontiveros a mediodía. Bordeamos la laguna que hay a la entrada, donde cuentan jugaba San Juan de la Cruz de niño y nos dirigimos a la plaza a visitar la estatua del Santo. El Carmelita se marcho al convento de las monjas y yo fui a la fonda  a degustar un buen  cocido  sanjuaniego. La tarde la emplee visitando la iglesia de estilo mudéjar que hay en la localidad.
La tercera de las etapas nos llevaría hasta Duruelo, donde San Juan de la Cruz inicio la Reforma masculina de la Orden del Carmelo. El tiempo seguía seco y soleado pero frío. Llevábamos andado la mitad del camino, cuando el Superior de la Orden Carmelita me preguntó si tenía alguna pista. Le contesté que podría tener alguna pero que era pronto. Aproveché para preguntarle por las llaves y me dijo que las llevaba colgadas al cuello con un cordel, que era un poco despistado y que su amigo el Director de los Museos Vaticanos, le había aconsejado que las llevara así para no perderlas. Dice que en su despacho de Roma las guarda en una vitrina.
Al día siguiente emprendimos la penúltima etapa que nos llevaría hasta Tordillos, localidad a la que se trasladó en su tiempo, la primera comunidad de frailes de Duruelo. De allí fuimos hasta Peñaranda de Bracamonte, donde hicimos una visita  al Convento de la MM. Carmelitas. Allí se quedaría el Superior General, yo visito el Museo de Arte Napolitano y espero con impaciencia la llegada del día siguiente. Será la última etapa y nos llevará hasta el sepulcro de Santa Teresa en Alba  de Tormes.
Iniciamos la andadura de la última etapa en silencio. Zancada a zancada íbamos devorando el camino. El cielo estaba limpio de nubes, el aire era muy frío esa mañana. Los hierbajos y cardos secos de la cunetas aún seguían escarchados. A lo lejos, en el horizonte de la llanura,  empezó a divisarse una torre, a la que parecían ir dos grajos que pasaron volando sobre nuestras cabezas. Cuando llegamos a Alba nos dirigimos a la iglesia  y convento de las Carmelitas. Allí, en al explanada, nos estaba esperando el hijo mayor de la Duquesa.  Acto seguido llegó un coche oscuro en el que viajaba el representante de la Casa Real.  Me hizo entrega de un estuche que contenía la llave, y de un sobre. Guarde el estuche en el bolsillo, abrí el sobre  y leí los nombres escritos en el papel. “Vaya, vaya…” pensé.
-¿Alguna novedad?- Me pregunto el Superior General.
-No, no, nada. Vayamos al encuentro de la Priora.- Dije yo.
Una vez con la Priora, esta nos acompañó hacia el sepulcro. En el recorrido, me llamó la atención un tapiz que colgaba de la pared. -Es una verdadera joya- me dijo la priora que había notado mi interés. Me dijo que estaba hecho en Brujas y que, como una obra  de gran valor, la habían catalogado los entendidos de Roma.
Cuando llegamos ante el sepulcro, nos miramos unos a otros. Primero fue la Priora la que introdujo sus llaves en las cerraduras, después el hijo mayor de la Duquesa, a continuación el Superior General y después, yo introduje la correspondiente a la Casa Real. Fuimos girando todas, una a una. Esperamos unos instantes y tras cruzar de nuevo nuestras miradas, entre los cuatro levantamos  y retiramos la tapa hacia un lado. Lo que vimos nos llenó de asombro. Allí descansaba el cuerpo de la Santa, pero al completo. Sí , al completo. El cuerpo había sido reconstruido uniendo a los restos todas las reliquias, el brazo, la mandíbula, la mano, el dedo, el corazón etc.
Cuando salimos de nuestro asombro decidimos guardar el secreto por el momento y volver a cerrar el sepulcro. En el fondo estábamos contentos, pues las reliquias no se habían perdido.
Mi alegría era quizá mayor. Tenía un pista fiable de quien podría estar detrás de todo aquello.  Comparto mi hipótesis con el Superior General y decidimos mantener todo en secreto.

El hijo de la Duquesa nos traslada en su coche al aeropuerto. Por el camino llamo al Comisario de Policía y le pido que necesito que tome una muestra de la cera de cada una de las réplicas y las envíe al laboratorio para su estudio. Me contesta que entonces mismo pone a sus hombres a trabajar en el asunto y que en pocas horas estará hecho.
El avión llegó a Roma al atardecer. El Superior General me había buscado alojamiento en un hotel próximo al Vaticano. Me informó también de que el Director de los Museos Vaticanos estaba de viaje y que no  regresaría hasta pasado mañana. Le dije que pasaría el día visitando los Museos y me facilitó un pase especial y un acompañante que  haría de guía.
A la mañana siguiente me dirijo a los Museos Vaticanos, se habla de ellos en plural pues en realidad son varias salas que han ido ampliando e incorporando los papas de los últimos cinco siglos y que contienen colecciones artísticas desde el antiguo Egipto hasta el siglo XX. También forma parte de los mismos la Capilla Sixtina y otras salas visitables del Vaticano. Comienzo la visita por la Pinacoteca Vaticana que cuenta con dieciocho salas y con mas de cuatrocientas obras. Contemplo obras de Rafael y de Leonardo de Vinci. Después visito la colección de arte religioso contemporáneo con sus cincuenta y cinco salas y ochocientas obras, entre ellas algunas de Matisse y Van  Gogh. 
También visito el museo Pío-Clementino, con sus doce salas dedicadas a esculturas griegas y romanas, allí veo El Laoconte. Por fin llego a la Capilla Sixtina, que se ha convertido en el principal atractivo turístico, la afluencia de visitantes es muy grande, dejan poco tiempo para verla. En su interior se respira historia, allí es donde se reúne el conclave para elegir nuevo papa y donde se prenden las fumatas. Sus techos y paredes están decoradas con frescos pintados por Miguel Ángel, que representan el juicio final y la creación de Adán. Es algo verdaderamente grandioso. La visita me impresiona.
Pregunto a mi guía si existe algún taller de restauración en los museos. Me dice que sí, que casi todos los sótanos del los museos son talleres de conservación y restauración, que si estoy interesado en verlo que me acompaña.
Bajamos a los sótanos y entramos en el taller. En una zona hay cuadros, en otra tapices, en otra esculturas etc. Me llama la atención que algunas partes de esculturas están repetidas e incluso triplicadas. Me dice mi guía, que antes de ponerse a trabajar con la pieza original, se hace una reproducción en cera, para así poder conservar un modelo de cómo era la pieza, así, en caso de que ocurra algún daño irreparable poder volver a reconstruirla. Observo un recipiente que contiene fragmentos de esculturas hechos en cera y me dice el guía que esos trozos ya no valen y que van a ser fundidos para emplear la cera de nuevo. Le digo que me gustaría llevarme un trozo de recuerdo y me da un pedazo que debía ser de una oreja.
Salgo de los Museos Vaticanos. Cruzo la Plaza de San Pedro y voy a la policía. Les entrego la oreja, les explico lo que ocurre y les digo que la envíen a su laboratorio y que los resultados del análisis los envíen vía telemática a la policía española.
Ya solo queda esperar.
A media tarde recibo una llamada en el móvil, es el Comisario que me llama desde España. Me dice que todas las muestras de cera coinciden.  Que la cera tiene las mismas propiedades. Llamo al Superior General para decírselo y le  explico que según mi teoría el Director de los Museos Vaticanos ha utilizado la excusa de hacer inventarios de obras de arte en los conventos e iglesias para realizar réplicas de cera de las reliquias y sustituirlas por las originales. Que también ha tenido oportunidad de haber hecho réplicas de las llaves del sepulcro.
Quedamos que a la mañana siguiente iríamos a la policía. Así lo hicimos. Contamos lo ocurrido, nuestra averiguaciones y que había que  solicitar una orden de registro por que probablemente el Director de los Museos, guardaba en sus dependencias personales las replicas de las llaves del sepulcro.
Así se hizo y a las once de la mañana acompañados de la policía llamamos a la puerta de la residencia del Director de los Museos. Nos abrió una empleada de hogar que conocía al Superior General de visitas anteriores y nos invitó a pasar. Pedimos a los policías que nos esperaran a la entrada. El Director General nos recibió con una sonrisa, pero el Superior de los Carmelitas fue duro con él. Le dijo que no era una visita de cortesía, que creía que había traicionado su amistad , que traíamos una orden de registro y que buscábamos las copias de las llaves del Sepulcro de Santa Teresa; que si colaboraba, no pondríamos la casa patas arriba.
Se quedó estupefacto. Cuando  fue reaccionando, dijo que su intención no había sido robar nada, que él pensó que lo mejor para la Santa sería que descansara todo su cuerpo unido a la vez que los fieles seguían venerando sus reliquias. Dijo también que era cierto que había planificado visitas a conventos e iglesias para hacer réplicas de reliquias y llaves. También admitió haber hecho un molde de la llave del Rey el día de su coronación. Después retiró unos libros de una estantería que ocultaba un cajón y de allí sacó un estuche de madera que contenía las copias de las diez llaves del sepulcro, estas, hechas en plata. 
La policía  lo trasladó a la comisaría para tomarlo declaración y después lo llevaron ante el Juez, que ordenó que se restituyeran las reliquias a sus lugares y que se fundieran las llaves de plata.
En cuanto al Director General de los Museos Vaticanos, queda en libertad a la espera de que se celebre el juicio.

Detective Djebril y el caso de las reliquias perdidas




Por todos mis años de experiencia en colaboración con la policía, en la búsqueda de sospechosos, mi olfato detectivesco ha llegado a tener fama mundial. Uno de los dones que poseo es mi gran corazonada. A veces, al dormir tengo un presagio y al día siguiente recibo una llamada con algún nuevo caso. Esa noche así fue y al día siguiente recibí una llamada de la policía informándome de un robo poco inusual. Se trataba del robo de las reliquias de Santa Teresa de Ávila.
Lo primero que debía hacer era comprobar la veracidad de los hechos y visitar a las personas que poseen las llaves que abren el sepulcro de la Santa. Son diez llaves: tres las tienen las monjas del Convento de Alba, otras tres la Duquesa de Alba, tres están en Roma, ya que las guarda el Superior general de la Orden Carmelita y la última el Rey de España. Además me enteré que el Papa vendría muy pronto a España.
Fui a visitar el convento de Alba de Tormes en Salamanca. Por lo visto las monjas también se habían enterado y se ofrecieron a cooperar dándome las llaves y pidiéndome prudencia en mis acciones. En segundo lugar me dirigí a la residencia de la Duquesa de Alba. Me dijeron que estaba enferma y en estado grave, fui atendido por su hijo. Como no estaba dispuesto a darme las llaves, con la excusa de ir al baño, fui al dormitorio de la duquesa. Encontré las llaves, salí por la ventana, cogí el coche y me fui corriendo de allí.
La gente en la calle hablaba del robo. Unos decían que el gobierno estadounidense planeaba secuestrar su cuerpo y revivirlo en el Área 51. Otros decían que podía haber sido un milagro. Yo como musulmán nunca he entendido lo de las reliquias. En nuestra creencia se entierra el cuerpo sin atribuirle ningún valor divino. Son algunas cosas en las que entramos en contradicción con los hermanos cristianos pero prefiero no seguir ya que de este tema se podría hablar largo y tendido.
Después fui a visitar al Rey. Debido a su apretada agenda, no podía recibirme de inmediato y decidí ir primero a Roma. Pero esa misma tarde recibí una extraña llamada que me dejo un poco aturdido. Alguien a través del teléfono decía: ''Será mejor para ti que no te metas en esto, estás avisado''. Yo creía que se trataba de una broma y seguí a lo mío. Esa noche preparé la maleta y me fui a dormir.
A la mañana siguiente cogí mi vuelo a Roma. Cuando llegamos, la ciudad me sorprendió bastante, se notaba su pasado cristiano y su gran esplendor histórico. Me dirigí a la Casa General de los Carmelitas Descalzos en la calle Corso d'Italia, 38; donde supuestamente vivía el superior de la orden. Me recibió un hombre algo mayor que me invitó a pasar. Le expliqué el motivo de mi visita y me dijo que estaba muy triste por lo sucedido. Me preguntó si creía en Cristo. Pensé que decirle que era musulmán dificultaría su colaboración conmigo, así que le dije que si pero que era algo complicado. Necesitaba acabar rápido. Le pedí las tres llaves del sepulcro y amablemente me las dio.
A la semana regresé a España y me notificaron que el Rey podía recibirme. Fui directamente al palacio de la Zarzuela. Felipe VI me recibió en una sala de estar muy lujosa. Me dijo que estaba muy sorprendido por los acontecimientos. Me dio la última llave y me dijo que dependía de mí el descubrimiento de las reliquias.
Ya tenía todas las llaves, pero estaba muy cansado y decidí dormir ese día en un hotel de Madrid. De repente sonó el teléfono y al cogerlo, una voz siniestra dijo: ‘‘¿Con los avisos no son suficientes, eh? Sabemos que tienes todas las llaves, pronto iremos a por ti''. Esta vez sí que me asusté.
Tras llamar a un colega detective, le pregunte si podía ofrecerme una lista de sospechosos interesados en las reliquias de la Santa o que tuvieran algo que ver con ellas. Esa misma tarde recibí un listado con los seis sospechosos principales.
Me acorde de repente que durante mi instancia en Italia un clérigo del Vaticano me ofreció su número de teléfono en caso de necesitar ayuda. Lo llamé pidiéndole si podía reunir a los seis sospechosos y venir a verme a mi despacho en Alicante. A lo que me respondió que en dos días estarían aquí.
Al cabo de dos días fueron llegando uno a uno. El último en aparecer fue el líder de la secta milenarista, quien apareció rodeado de otros de sus compañeros. Los llamé de uno en uno. El Superior general de la Orden de los Carmelitas Descalzos, el Director de los Museos Vaticanos, la Priora del Convento de la Encarnación, la Priora del Convento de San José y la Priora del Convento de Alba de Tormes. Cuando llegué al último, el líder de la secta milenarista, quise centrar más mi atención. Tenía mucho poder económico y sus enseñanzas producían escalofríos. Repitió muchas veces durante el interrogatorio que el mundo se acercaba al fin y que todos pagaríamos por lo que hicimos.
De repente se escuchó un cristal romperse y a una mujer gritar. Al salir, encontramos al Director de los Museos Vaticanos en el suelo con un disparo en la cabeza. El pánico se había apoderado de los invitados. Y recibí una llamada de teléfono, la voz misteriosa del otro día me dijo: '' demasiado tarde, moriréis uno a uno y el ultimo serás tú''. Seguidamente unos encapuchados entraron en el edificio. Cogí mi pistola e intente sacar a los invitados de allí. Los asaltantes eran muchos, nos rodearon y dispararon dardos tranquilizantes cayendo todos dormidos.
Cuando recobré la consciencia estábamos en una especie de monasterio abandonado, colgados hacía arriba. Era un lugar tenebroso y húmedo. De repente un encapuchado se acercó a mí y ordenó a sus ayudantes que me descolgaran y me llevaran a una habitación aparte donde me esposaron las manos. Este hombre tenía una voz familiar. Mi sorpresa fue cuando al quitarse la capucha vi que se trataba del clérigo anciano que me encontré en Roma.
Ante mi estupor y confusión, nos quedamos un rato en silencio hasta que empezó a hablar: ‘‘Ya te ofrecimos muchas oportunidades para abandonar el caso, sin embargo eres muy cabezota, y pagarás por tu persistencia``. ¡Lo que me temía! Era él la persona que me llamaba constantemente por teléfono y ahora me pedía las llaves del sepulcro. Me negué a hacerlo, sacó una pistola y me disparó en la pierna dejándome nuevamente inconsciente. Esta vez al despertarme estaba en una celda junto a un encapuchado. Le pregunté la hora y me respondió que eran las cinco de la tarde. ¡Ya casi no me quedaba tiempo! Iba a acabar en esta celda de por vida. Tampoco sabía nada de los otros cinco.
El encapuchado de mi celda me dijo que era mejor para mí entregar las llaves o acabarían por matarme. Le pregunté para qué necesitaban las llaves si ya disponían de las reliquias. Con voz silenciosa me contó que tenían las reliquias y que habían cambiado el sepulcro por una réplica. Pero no podían acceder a su contenido.
Yo ya lo había comprendido todo. De repente él se apoyó en las rejas de mi celda y saqué mis manos esposadas para ahogarlo. Lo dejé inconsciente y acto seguido cogí las llaves que tenía en su bolsillo y me puse su ropa. En el bolsillo encontré su móvil e investigando en él supe donde se encontraban las reliquias. Tenía poco tiempo ya que si descubrían su cuerpo en la celda sabrían que escapé.
Mandé un mensaje de socorro a la policía, pues no podía llamarles por si alguien me escuchaba. Me acerque a la sala donde estaban las reliquias, estaban todas puestas encima de una gran mesa. Según un documento que encontré, se trataba de unos mercenarios que se hacían pasar por religiosos y pretendían venderle las reliquias a una secta satánica, cuyo propósito era obtener el cuerpo entero de la Santa. También decía que la reunión sería esa misma tarde.
Sin embargo, aún les faltaban las llaves para abrir el sepulcro robado. Las tenía yo, así que los mercenarios no podrían completar su trabajo. Me acordé que las llaves estaban en mi apartamento. Un mensaje de móvil de los mercenarios ordenaba que dentro de quince minutos uno de ellos saliera a recogerlas y volviera para completar el proceso. Era mi oportunidad de escapar de aquel lugar y poder hacerme con ellas.
Cuando salió el supuesto mercenario con dirección a mi despacho, salí de mi escondite y seguí sus pasos. Cuando abrió la puerta de la calle, lo alcance y me dijo: ‘‘¡El jefe ha dicho que nadie más salga!''. Le seguí el rollo y le dije que el jefe me ordenó acompañarle. Me miró a la cara y siguió caminando. Llegamos a una furgoneta y subimos a ella. Note que tenía algo en el bolsillo, se trataba de mi pistola. Al parecer no me la habían requisado y era demasiado pequeña para que alguien se diese cuenta. El mercenario también tenía una pistola en su cinturón.
Le mire de reojo, este se quedó pensativo y cuando pasaron unos segundos vi como rápidamente intentaba desenfundar su pistola. Saqué apresuradamente la mía y le metí un disparo en la cabeza. El sonido se escuchó en todo el monasterio por lo que me apresure a sacar su cuerpo fuera de la furgoneta. La arranqué cuando empezaron a disparar contra el vehículo. Conseguí llegar a mi apartamento, cogí las llaves y llame a la policía. Regresamos al monasterio justo a tiempo de sorprender a la secta satánica.
Todos fueron encarcelados, pero antes de que se los llevaran le quite la capucha al líder de la secta. Era el líder de la secta milenarista. El clérigo anciano de Roma había organizado el robo para venderle las reliquias al líder de la secta milenarista. Ya sabemos que esta secta lo que esperan es el fin del mundo en el V centenario de la Santa si consiguen reunir las partes desmembradas de su cuerpo para el día en el que se conmemora su nacimiento. En un cuarto encontramos amordazados a los demás, ya por fin todo estaba resuelto. Cobré mi dinero y decidí dejar esto de ser detective ya que me di cuenta de que arriesgaba mucho mi vida.
Djebril Bouzidi Alia

El caso enrevesado de las reliquias - Detective Bárbara Pérez Díez

Después de recibir la llamada de la policía a las seis de la mañana, para pedirme que investigara el caso de la desaparición de las reliquias de Santa Teresa, no pude pegar ojo y me puse manos a la obra con mi trabajo. Sabía que me esperaban unos días de mucho trabajo para llegar hasta el final del crimen, pero no me importaba, porque sabía que el quinto centenario del nacimiento de la Santa estaba a punto de llegar y sabía que si encontraba al culpable los vecinos de Ávila me lo agradecerían toda la vida.
La lista de sospechosos que la policía me había mandado por e-mail no era mala, pero tampoco me convencía, no podía entender para que iban a querer esas personas los restos de Santa Teresa, pero la tuve presente en todo momento. 

Lo primero que hice fue ponerme en contacto con todos aquellos que tenían llaves del sepulcro de la Santa, para comprobar si sus restos aún seguían en el lugar correcto. Hablé con las monjas de Alba, estas me dijeron que ahora tenían las llaves con ellas, pero que no sabían si en algún momento se las habían podido robar. Les dije que nos reuniríamos por la tarde en la Iglesia de Alba de Tormes y que por favor llevasen sus llaves al encuentro, así como las llaves de Roma, que habían recibido de forma urgente para poder abrir el sepulcro y comprobar los restos. También llamé al Rey, que estaba ya avisado por la policía, le cité el mismo día que a las monjas de Alba y le pedí que llevase  su llave al encuentro.
Ponerme en contacto con el ahora Duque de Alba me llevó un poco más de tiempo, después de la muerte de su madre, puede que no fuese el mejor momento para irrumpir con este tipo de cosas, pero necesitaba su colaboración. Cuando por fin di con él le expliqué todo lo que había ocurrido, él me dijo que ya estaba al tanto y que tenía pensado hablar con la policía para arreglar el asunto, le conté mi intención de comprobar si los restos de Santa Teresa seguían en su sepulcro y no tuvo ningún problema en acompañarme a Alba de Tormes para ayudarme a resolver parte del misterio.

Ya había hablado con todos los dueños de las llaves y sabía que todos irían al encuentro, empecé a pensar varias cosas ¿Quién? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Y ¿Por qué?... La primera de las preguntas quizá fuese la más compleja de todas, la lista de sospechosos de la policía era larga, pero en  mi cabeza también había otro posible culpable… El resto simplemente eran pequeñas cosas que iría averiguando poco a poco y me llevarían hasta la primera.

Llegué a Alba de Tormes unas horas antes de lo previsto, pues quería saber si alguien había visto el día anterior algo extraño por la zona… Pero cuando llegué no encontré a nadie en las calles de Alba de Tormes, parecía que se los habían llevado a todos, no se escuchaba ningún ruido humano, lo único que podía escuchar era el ladrido de algunos perros en sus casas y el ruido de mis botas al pisar el suelo... Me parecía extraño que todos los vecinos hubiesen desaparecido la misma tarde, pero por si acaso lo anoté en mi libreta para tenerlo en cuenta a la hora de resolver el caso.
Cuando por fin estábamos todos, entramos en la Iglesia, solos, sin ningún ojo curioso, habíamos decidido no dar información a la prensa, para poder hacer las cosas con calma y así no fallar en nada. Cuando llegamos delante del sepulcro nos miramos todos con nervios, pues lo que íbamos a hacer no era ninguna tontería… Metimos las 10 llaves en sus respectivas cerraduras y la tumba se abrió, para nuestra suerte todas las partes de la Santa que tenían que estar allí seguían en su lugar, parecía que nadie había robado allí dentro, pero el corazón y el brazo si habían desaparecido.
Hablé con la policía con los que a partir de aquel día comencé a trabajar, ellos me ayudaron en todo lo que pudieron, para facilitar y acortar el trabajo. Teníamos que intentar encontrar a algún vecino de Alba de Tormes para conseguir información, pero no sabíamos dónde habían ido todos. La policía se encargó de llamar puerta por puerta hasta dar con algún habitante, mientras tanto yo empecé a preparar el interrogatorio que les haría a los sospechosos y otro para los vecinos.

Interrogatorio para los sospechosos del robo de las reliquias de Santa Teresa de Jesús:
-       ¿Dónde deberían de estar las reliquias de Santa Teresa para usted?
-       ¿La noche en la que estas desaparecieron que hizo?
-       ¿Conoce todos los lugares en los que estaban custodiadas?

Con estas pocas de preguntas podía averiguar varias cosas, pero los sospechosos de la lista no serían los únicos que iban a responder a alguna pregunta, porque en cuanto aparecieran los habitantes de Alba muchos de ellos serían interrogados por mí y por los policías.

Interrogatorio para los vecinos de Alba de Tormes:
-       ¿Vio algo extraño en Alba de Tormes la noche del crimen?
-       ¿Alguna vez ha escuchado a alguien hablar de dónde deberían de estar las reliquias o ha dado su opinión a alguien?
-       ¿Por qué al día siguiente del robo en la ciudad no había nadie?
-       ¿Tienen algo que esconder los vecinos de la ciudad? O ¿simplemente fue una casualidad de las grandes?
-       ¿Conoce todos los lugares en los que estaban custodiadas las reliquias?

Tras escribir todas las preguntas, comencé a organizar viajes, pues dudaba mucho que los sospechosos se prestaran a viajar hasta España para ser interrogados por mi. Tenía que visitar muchas ciudades en poco tiempo por eso primero localicé donde estaban todas las personas que tenía que interrogar, me puse  en contacto con ellas y sin decirles el verdadero motivo por el que quería verme con ellos conseguí quedar con cada uno de ellos para hacerles el pequeño interrogatorio.
Al primero que visité fue al Director de los Museos Vaticanos que se encontraba en Roma, después de hablar con él del caso sin hacer apenas preguntas comencé a hacerle el interrogatorio, eso sí, sin que el sospechase, como no podía anotar lo que me decía, porque entonces se daría cuenta de mi verdadera intención, me había metido una grabadora en el bolsillo para registrar toda la conversación. 
Le hice todas las preguntas, pero no me sirvió de mucho, aunque me había dejado claro que él era partidario de que las reliquias debían estar en Roma, no me había dado ninguna clave más que esa para sospechar de él, además me contó que la noche de los sucesos la había pasado en el hospital con un familiar, pero como buen detective no di por válida su respuesta y cuando por fin estaba sola me acerqué al médico y me informé de lo que me había contado, efectivamente no me había mentido… por lo que tuve que tacharlo de la lista. Aproveché mi viaje para hablar con los vigilantes del lugar en el que deberían de estar las reliquias, pero todos los que habían trabajado aquella noche, no habían visto ni oído nada extraño y hasta que la noticia no llegó allí no se dieron cuenta de que faltaban.

Este caso estaba empezando a descolocarme, pero sabía que tenía que resolverlo, por los vecinos de Ávila.
Regresé a España para marcharme al día siguiente, pero cuando llegué la policía me informó de que los vecinos de Alba habían regresado y decidimos repartir el trabajo, yo me quedé en España para hablar con los vecinos, que desde mi punto de vista eran los que más información me darían. Varios agentes de policía se repartieron los viajes que yo había programado, para hacer lo mismo que yo había hecho en Roma. Les di unas cuantas claves para que nadie sospechara y las preguntas que había redactado, para que me trajeran la información que necesitaba y resolver el misterio. Esa noche descansé en casa, para a la mañana siguiente salir temprano hacia Alba y comenzar a enlazar cabos.
Llegué a Alba, cuando la ciudad parecía comenzar a despertarse, los vecinos empezaban a levantar persianas, tirar la basura y hacer las tareas del día a día. La policía con la que había empezado a trabajar me habían facilitado mucho el trabajo, ya que me había concertado varias citas con ciudadanos de Alba, que ellos creían que me podrían ayudar, así que me dirigí hacía el ayuntamiento donde uno a uno irían entrando los ciudadanos que había en la lista. Fue una mañana larga, pero poco a poco, persona a persona, fui llegando a donde yo quería. En total hablé con 15 ciudadanos, los examiné al completo, pues después de tantos años haciendo esto sabía distinguir entre la cara de un culpable y la de un inocente, y sus caras no eran para nada de alguien que nunca había hecho algo malo. Entraban en la sala con cara de asustados, desubicados y cuando les hacía alguna de mis preguntas abrían mucho los ojos y nunca les quedaba claro lo que decía en una primera vez, sin duda alguna me encontraba delante de los verdaderos culpables.

Las respuestas que habían dado a todas mis preguntas, podrían servirme, pero no eran lo suficientemente convincentes como para dar un veredicto final. Necesitaba encontrar a alguien que se infiltrara entre ellos para averiguarlo todo. Evidentemente yo no podía ser, porque había pasado el tiempo suficiente con ellos como para que me reconociesen, necesitaba encontrar a alguien astuto para resolver todo ese lío y no sabía muy bien con quien contar. Volví  a mi casa para buscar a alguien de confianza capaz de realizar semejante tarea.
Cuando me levanté lo vi muy claro, este caso estaba hecho para una vieja amiga de profesión, a la que había conocido en uno de mis encargos. Era la persona perfecta, no conocía a nadie de Alba de Tormes, era inteligente y astuta como para hacer la pregunta adecuada en el momento indicado y alguien que transmitía tanta confianza desde el principio como para contarle un secreto tan grande como era ese.
Quedamos las dos en uno de nuestros cafés favoritos, un lugar tranquilo, en el que se podía hablar, trabajar o pasar un buen rato… Le expliqué todo lo que sabía hasta ese momento y lo que ella debería de hacer para resolver el caso y en ningún momento dudó en ayudarme. Entre las dos trazamos un plan, que ella debería seguir a raja tabla para no levantar sospechas y le enseñé fotos de la gente con la que había hablado para que se centrará sobre todo en ellos. 
Después de eso me quedaba algo por cerrar y es que se me había olvidado por completo que los agentes de policía que seguían de viaje investigando cuando ya no necesitaba la información del resto de sospechosos, entonces los llamé a todos y dejaron su trabajo para coger el primer vuelo a España y ayudarme a acabar. ¡No sé cómo habría hecho toda la investigación sin su ayuda! En cuanto llegaron a España les conté todo, les costó salir del asombro, pero aun así redactamos el informe de lo que hasta ese momento conocíamos. 

Mientras tanto mi amiga ya estaba en Alba y había comenzado su misión. Pondríamos la webcam cada noche para que me contase los avances y trabajar en conjunto. Cada vez la información era más concluyente y los sospechosos no tardaron en contarle toda la verdad a la infiltrada.
Después dos largas semanas de trabajo, café y astucia teníamos toda la verdad redactada en un informe, ¡ahora sí la gente conocería la verdad!

Informe sobre el robo de las reliquias de Santa Teresa de Jesús:
-El robo de todas las reliquias de Santa Teresa desaparecidas el día 24 de noviembre de 2014 había sido cometido por algunos ciudadanos de la ciudad de Alba de Tormes, aunque solo algunos habían viajado para robarlas, el resto de los vecinos participaron de forma pasiva en el robo.
-Los vecinos se habían organizado de manera que viajarían en grupos de 3 a cada uno de los lugares en los que estaban custodiadas las reliquias (el modo en que consiguieron acceder a ellas, se quedará archivado y bien guardado para evitar otros posibles robos de la misma forma)
-Todos los robos se habían realizado el mismo día y a la misma hora a pesar de las diferencias horarias entre países para evitar que aumentaran la vigilancia en los distintos lugares al percibir que otras reliquias ya habían desaparecido.
-El por qué de este robo, es sin duda lo que más puede extrañar a todo el mundo que lea esto. Todos los vecinos habían confesado finalmente que habían planeado todo este robo, que se lo habían jugado todo y que todos habían participado de una manera o de otra, porque su verdadera intención no era hacer nada malo con las reliquias. Como se acercaba el aniversario de la Santa todos habían pensado en hacerle ¡un gran homenaje en la ciudad!
Evidentemente nadie podría haberse imaginado algo así… Pero sí esta era la realidad. Por supuesto que las reliquias habían sido devueltas a su lugar de “procedencia” y la seguridad se había aumentado. Los vecinos no habían salido con las manos limpias después de cometer semejante locura, todos habían pagado una multa o cumplido algún tipo de condena de servicios sociales.
¿Quién me hubiese dicho a mí el día que recibí aquella llamada que la solución al caso más complejo que se me había propuesto resolver sería una locura como esta? Nadie podía imaginarse esto, pero desde que comencé a buscar sospechosos pensé que los vecinos de Alba tendrían algo que ver, aunque lo que yo pensaba es que querían dejarlo en la ciudad, el sitio en el que siempre habían deseado…
Y así fue como con horas, ayuda e inteligencia yo, la detective Bárbara; los agentes de policía y mi amiga Ester, otra gran detective del país resolvimos el misterio más raro que se nos había planteado a lo largo de nuestra vida profesional y ayudamos a que los restos de una Santa tan importante como lo es Santa Teresa, descansasen en paz para siempre.
Bárbara Pérez Díez