El día 12 de noviembre de 2014 a las 10,30 horas de la mañana, recibo en mi oficina la visita del Comisario de policía y de su ayudante solicitando mi colaboración para esclarecer el robo de las reliquias de Sta. Teresa. Dicen no tener pista alguna y me entregan una lista de sospechosos.
Les digo que para aceptar el encargo necesito conocer todos los
detalles. Están de acuerdo y me explican que no es del todo cierto lo
contado por los medios de comunicación;
que lo verdaderamente cierto es que han desaparecido las reliquias pero que no
se sabe cuando, pues el ladrón ha sustituido estas por réplicas hechas en cera
y puede haberlo hecho de forma escalonada a lo largo del tiempo.
Dicen que el engaño, ha sido descubierto en el convento de Ronda,
donde las monjas cambiaron de ubicación la reliquia y la pusieron al lado de
dos focos halógenos, para que así,
estuviera más visible durante el próximo
centenario; pero cual no sería su sorpresa cuando observaron como la reliquia
se deformaba y empezaba a derretirse como consecuencia del calor de los focos.
Ante tal circunstancia se dio aviso a todos los lugares que guardaban reliquias
para que comprobasen si eran las auténticas o
habían sido cambiadas por réplicas.
Les digo que acepto el caso. Examino la lista de sospechosos y los
motivos que hacen sospechoso a cada uno, pero lo primero es comprobar el
contenido del sepulcro que contiene los restos de Santa Teresa en Alba de
Tormes. Para ello debo ponerme en contacto con la Duquesa de Alba y con el
Superior General de la Orden de los Carmelitas, así como con la Casa Real y con
la Priora del Convento de Alba.
Mientras logro contactar, decido iniciar mis pesquisas
entrevistándome con la Priora del Convento de San José. Cuando llego a la
placita donde esta el convento, el sol esta ocultándose ya. Empujo la puerta,
entro al zaguán y llamo al torno. Me preguntan desde el otro lado que es lo que
quiero. Me presento como detective y digo que me gustaría tener una
conversación con la Priora. Me dicen que con mucho gusto pero que debo esperar
un rato, pues están en vísperas. Espero sentado al lado de la reja hasta que
oigo unos pasos y una voz desde el otro lado me da las buenas tardes. Es la
Priora.
Tras presentarme, le pregunto que como y cuando se había dado
cuente de que la reliquia no era la verdadera. Dice que cuando le llamó la
policía para alertarla de lo que había ocurrido en Ronda, y le pidió que
comprobara la que allí había, que la rascó un poco con la uña y vio que era de
cera.
Le pregunto si alguien ha tenido acceso al interior del convento
últimamente; dice que no, a no ser unos albañiles que estuvieron haciendo
algunas reparaciones en los tejados el pasado verano, pero que no sospecharía
de ellos puesto que son de confianza y son los que hacen los trabajos en todos
los conventos de la Orden.
Le pregunto que por que creé que han robado esa reliquia y no otra
cosa de valor del convento; a lo que me contesta no entenderlo pues hay varias
piezas como un cuadro, alguna estatuilla y un cáliz de plata, que han sido
catalogadas como muy valiosas por el Director de los Museos Vaticanos en su
última visita, y que incluso se estaba barajando la posibilidad de que fueran
trasladados a Roma.
Agradezco la colaboración de la Priora y me despido. Cuando salgo,
la luz de un farol intenta romper la oscuridad de la placita que cruzo a buen
paso.
A la mañana siguiente contacto a través de la policía con la Casa
Real. Pregunto por la llave del Sepulcro
y me dicen tenerla a buen recaudo y que el actual Rey Felipe VI la había
recibido de su padre D. Juan Carlos I, tras la ceremonia de coronación, con
la presencia y colaboración de la
representación religiosa enviada por la Santa Sede.
Les explico que necesitaría la llave para junto con las otras
abrir el sepulcro. Me contestan que no habría problema en hacérmela llegar, con
un emisario, cuando la necesitara.
Les pregunto que si pueden decirme quienes formaban la
representación de la Santa Sede, a lo que me contestan que ahora mismo no lo
recuerdan, que consultarán los libros de
audiencias y recepciones y que me enviarán los nombres en un sobre junto con la
llave, a través del emisario.
Aún no era media mañana, demasiado pronto para llamar a la
Duquesa, y el Superior General de la Orden de los Carmelitas, no acaba nunca de
despachar asuntos antes de las doce. Era
el momento de bajar a desayunar. Cogí el abrigo y la bufanda del perchero y
bajé las escaleras poniéndome los guantes. Tras el último chirrido de las
maderas de aquellos escalones, un aire puro y frío acarició mi rostro. Caminé
hacia la derecha, calle arriba, buscaba una cafetería concurrida del centro.
Estaba dando buena cuenta
de mis tostadas y mi café con leche cuando un correo electrónico llegó a
mi teléfono. Era el Secretario General de la Orden de los Carmelitas, que
respondía al que yo le había enviado a primera hora; me decía que viajaba esa
tarde desde Roma hasta Madrid y que mañana estaría en el Convento de los
Carmelitas Descalzos de Ávila, que traía consigo las tres llaves y que tenía
previsto hacer la peregrinación “De la cuna a la Sepultura” por los caminos que
pisó Santa Teresa, para pedir sus favores e intercesión para que este asunto se
resolviera favorablemente. Me invitaba a hacer el camino con él.
Volví a mi oficina, encendí el ordenador y contesté al E-mail del
Superior de los Carmelitas diciendo que sería un honor acompañarle en esa
peregrinación. A continuación tomé el
teléfono y marqué el número del palacio de Doña Cayetana. Me dijeron que la
Duquesa estaba muy consternada por lo sucedido; que debido a su avanzada edad
sería su hijo mayor quien nos prestaría todo la ayuda y colaboración en este
asunto, pues estaban muy agradecidos con la Santa Sede después del
trabajo de estudio y catalogación
de las obras de arte de la familia, que había llevado acabo el Director de los
Museos Vaticanos.
El día siguiente amaneció claro y luminoso, pero frío y seco como
acostumbra en Ávila. Eran la ocho y media de la mañana cuando llegué a la iglesia de la Santa, en ese lugar estuvo
en otro tiempo la casa de Santa Teresa y el patio donde jugaba con su hermano
Rodrigo. A la entrada de la iglesia encontré a un fraile, alto y fibroso, de
piel y ojos claros, envuelto en un hábito marrón con capucha. Calzaba unas
sandalias abiertas, echas de tiras de cuero que dejaban ver unos pies curtidos
y unos dedos fuertes.
Después de presentarnos iniciamos la marcha en la que
recorreríamos unos veinticuatro kilómetros hasta llegar a Gotarrendura.
Tras cruzar el río llegamos a los Cuatro Postes. Echamos una
mirada atrás, vimos como la escarcha aún no se había retirado de los tejados y
proseguimos con ánimo la marcha pues, lo mejor estaba por llegar. Nuestra
conversación giraba entorno al viaje y las incidencias del vuelo del día
anterior. Ambos pensábamos que ya habría tiempo de hablar de las reliquias. Al
cabo de un rato y sin darnos cuenta, el silencio se había apoderado de nosotros
y así llegamos a Gotarrendura, localidad en la que se casaron los padres de
Santa Teresa y donde ella pasó temporadas de su infancia. Después del almuerzo
el Superior de los Carmelitas se retiró a hacer sus oraciones y yo decidí
visitar un palomar del que cuentan que fue propiedad de la familia de la Santa.
A la Mañana siguiente iniciamos camino hacia Fontiveros. Nos esperaban
veinticuatro kilómetros por caminos de tierra, entre parcelas de labor donde se
cultivan cereales. Llegamos a Fontiveros a mediodía. Bordeamos la laguna que
hay a la entrada, donde cuentan jugaba San Juan de la Cruz de niño y nos
dirigimos a la plaza a visitar la estatua del Santo. El Carmelita se marcho al
convento de las monjas y yo fui a la fonda
a degustar un buen cocido sanjuaniego. La tarde la emplee visitando la
iglesia de estilo mudéjar que hay en la localidad.
La tercera de las etapas nos llevaría hasta Duruelo, donde San
Juan de la Cruz inicio la Reforma masculina de la Orden del Carmelo. El tiempo
seguía seco y soleado pero frío. Llevábamos andado la mitad del camino, cuando
el Superior de la Orden Carmelita me preguntó si tenía alguna pista. Le
contesté que podría tener alguna pero que era pronto. Aproveché para
preguntarle por las llaves y me dijo que las llevaba colgadas al cuello con un
cordel, que era un poco despistado y que su amigo el Director de los Museos
Vaticanos, le había aconsejado que las llevara así para no perderlas. Dice que
en su despacho de Roma las guarda en una vitrina.
Al día siguiente emprendimos la penúltima etapa que nos llevaría
hasta Tordillos, localidad a la que se trasladó en su tiempo, la primera
comunidad de frailes de Duruelo. De allí fuimos hasta Peñaranda de Bracamonte,
donde hicimos una visita al Convento de
la MM. Carmelitas. Allí se quedaría el Superior General, yo visito el Museo de
Arte Napolitano y espero con impaciencia la llegada del día siguiente. Será la
última etapa y nos llevará hasta el sepulcro de Santa Teresa en Alba de Tormes.
Iniciamos la andadura de la última etapa en silencio. Zancada a
zancada íbamos devorando el camino. El cielo estaba limpio de nubes, el aire
era muy frío esa mañana. Los hierbajos y cardos secos de la cunetas aún seguían
escarchados. A lo lejos, en el horizonte de la llanura, empezó a divisarse una torre, a la que
parecían ir dos grajos que pasaron volando sobre nuestras cabezas. Cuando
llegamos a Alba nos dirigimos a la iglesia
y convento de las Carmelitas. Allí, en al explanada, nos estaba
esperando el hijo mayor de la Duquesa.
Acto seguido llegó un coche oscuro en el que viajaba el representante de
la Casa Real. Me hizo entrega de un
estuche que contenía la llave, y de un sobre. Guarde el estuche en el bolsillo,
abrí el sobre y leí los nombres escritos
en el papel. “Vaya, vaya…” pensé.
-¿Alguna novedad?- Me pregunto el Superior General.
-No, no, nada. Vayamos al encuentro de la Priora.- Dije yo.
Una vez con la Priora, esta nos acompañó hacia el sepulcro. En el
recorrido, me llamó la atención un tapiz que colgaba de la pared. -Es una
verdadera joya- me dijo la priora que había notado mi interés. Me dijo que
estaba hecho en Brujas y que, como una obra
de gran valor, la habían catalogado los entendidos de Roma.
Cuando llegamos ante el sepulcro, nos miramos unos a otros.
Primero fue la Priora la que introdujo sus llaves en las cerraduras, después el
hijo mayor de la Duquesa, a continuación el Superior General y después, yo
introduje la correspondiente a la Casa Real. Fuimos girando todas, una a una.
Esperamos unos instantes y tras cruzar de nuevo nuestras miradas, entre los
cuatro levantamos y retiramos la tapa
hacia un lado. Lo que vimos nos llenó de asombro. Allí descansaba el cuerpo de
la Santa, pero al completo. Sí , al completo. El cuerpo había sido reconstruido
uniendo a los restos todas las reliquias, el brazo, la mandíbula, la mano, el
dedo, el corazón etc.
Cuando salimos de nuestro asombro decidimos guardar el secreto por
el momento y volver a cerrar el sepulcro. En el fondo estábamos contentos, pues
las reliquias no se habían perdido.
Mi alegría era quizá mayor. Tenía un pista fiable de quien podría
estar detrás de todo aquello. Comparto
mi hipótesis con el Superior General y decidimos mantener todo en secreto.
El hijo de la Duquesa nos traslada en su coche al aeropuerto. Por
el camino llamo al Comisario de Policía y le pido que necesito que tome una
muestra de la cera de cada una de las réplicas y las envíe al laboratorio para
su estudio. Me contesta que entonces mismo pone a sus hombres a trabajar en el
asunto y que en pocas horas estará hecho.
El avión llegó a Roma al atardecer. El Superior General me había
buscado alojamiento en un hotel próximo al Vaticano. Me informó también de que
el Director de los Museos Vaticanos estaba de viaje y que no regresaría hasta pasado mañana. Le dije que
pasaría el día visitando los Museos y me facilitó un pase especial y un acompañante
que haría de guía.
A la mañana siguiente me dirijo a los Museos Vaticanos, se habla
de ellos en plural pues en realidad son varias salas que han ido ampliando e
incorporando los papas de los últimos cinco siglos y que contienen colecciones
artísticas desde el antiguo Egipto hasta el siglo XX. También forma parte de
los mismos la Capilla Sixtina y otras salas visitables del Vaticano. Comienzo
la visita por la Pinacoteca Vaticana que cuenta con dieciocho salas y con mas
de cuatrocientas obras. Contemplo obras de Rafael y de Leonardo de Vinci.
Después visito la colección de arte religioso contemporáneo con sus cincuenta y
cinco salas y ochocientas obras, entre ellas algunas de Matisse y Van Gogh.
También visito el museo Pío-Clementino, con sus doce salas
dedicadas a esculturas griegas y romanas, allí veo El Laoconte. Por fin llego a
la Capilla Sixtina, que se ha convertido en el principal atractivo turístico,
la afluencia de visitantes es muy grande, dejan poco tiempo para verla. En su
interior se respira historia, allí es donde se reúne el conclave para elegir
nuevo papa y donde se prenden las fumatas. Sus techos y paredes están decoradas
con frescos pintados por Miguel Ángel, que representan el juicio final y la
creación de Adán. Es algo verdaderamente grandioso. La visita me impresiona.
Pregunto a mi guía si existe algún taller de restauración en los
museos. Me dice que sí, que casi todos los sótanos del los museos son talleres
de conservación y restauración, que si estoy interesado en verlo que me
acompaña.
Bajamos a los sótanos y entramos en el taller. En una zona hay
cuadros, en otra tapices, en otra esculturas etc. Me llama la atención que
algunas partes de esculturas están repetidas e incluso triplicadas. Me dice mi
guía, que antes de ponerse a trabajar con la pieza original, se hace una
reproducción en cera, para así poder conservar un modelo de cómo era la pieza,
así, en caso de que ocurra algún daño irreparable poder volver a reconstruirla.
Observo un recipiente que contiene fragmentos de esculturas hechos en cera y me
dice el guía que esos trozos ya no valen y que van a ser fundidos para emplear
la cera de nuevo. Le digo que me gustaría llevarme un trozo de recuerdo y me da
un pedazo que debía ser de una oreja.
Salgo de los Museos Vaticanos. Cruzo la Plaza de San Pedro y voy a
la policía. Les entrego la oreja, les explico lo que ocurre y les digo que la
envíen a su laboratorio y que los resultados del análisis los envíen vía
telemática a la policía española.
Ya solo queda esperar.
A media tarde recibo una llamada en el móvil, es el Comisario que
me llama desde España. Me dice que todas las muestras de cera coinciden. Que la cera tiene las mismas propiedades.
Llamo al Superior General para decírselo y le
explico que según mi teoría el Director de los Museos Vaticanos ha
utilizado la excusa de hacer inventarios de obras de arte en los conventos e
iglesias para realizar réplicas de cera de las reliquias y sustituirlas por las
originales. Que también ha tenido oportunidad de haber hecho réplicas de las
llaves del sepulcro.
Quedamos que a la mañana siguiente iríamos a la policía. Así lo
hicimos. Contamos lo ocurrido, nuestra averiguaciones y que había que solicitar una orden de registro por que
probablemente el Director de los Museos, guardaba en sus dependencias
personales las replicas de las llaves del sepulcro.
Así se hizo y a las once de la mañana acompañados de la policía
llamamos a la puerta de la residencia del Director de los Museos. Nos abrió una
empleada de hogar que conocía al Superior General de visitas anteriores y nos
invitó a pasar. Pedimos a los policías que nos esperaran a la entrada. El
Director General nos recibió con una sonrisa, pero el Superior de los
Carmelitas fue duro con él. Le dijo que no era una visita de cortesía, que
creía que había traicionado su amistad , que traíamos una orden de registro y
que buscábamos las copias de las llaves del Sepulcro de Santa Teresa; que si
colaboraba, no pondríamos la casa patas arriba.
Se quedó estupefacto. Cuando
fue reaccionando, dijo que su intención no había sido robar nada, que él
pensó que lo mejor para la Santa sería que descansara todo su cuerpo unido a la
vez que los fieles seguían venerando sus reliquias. Dijo también que era cierto
que había planificado visitas a conventos e iglesias para hacer réplicas de
reliquias y llaves. También admitió haber hecho un molde de la llave del Rey el
día de su coronación. Después retiró unos libros de una estantería que ocultaba
un cajón y de allí sacó un estuche de madera que contenía las copias de las
diez llaves del sepulcro, estas, hechas en plata.
La policía lo trasladó a la
comisaría para tomarlo declaración y después lo llevaron ante el Juez, que
ordenó que se restituyeran las reliquias a sus lugares y que se fundieran las
llaves de plata.
En cuanto al Director General de los Museos Vaticanos, queda en
libertad a la espera de que se celebre el juicio.
Genial detective García!! Me ha encantado todo el relato, lo explicas todo muy bien....
ResponderEliminarJuli, estoy de acuerdisimo contigo <3 A MI ME HA PARECIDO FASCINATE ESTE RELATO por mi parte seri uno de los mejores.
Eliminarbss
¡Muy buen relato Cristina!
ResponderEliminarEscribes muy bien, además de ser entretenido, mencionas una lista de lugares relacionados con dicho texto, tu originalidad a la hora de resolver el caso, ¡TODO CUENTA!
Sigue así, y sionciramente, ¡Espero que tu esfuerzo sea recompensado!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola Cristina, me ha gustado mucho tu relato y la originalidad al resolver el caso de las reliquias, un saludo.
ResponderEliminar¡Felicidades, Cristina! Has sido la ganadora nº 1 del concurso, con 38 puntos. Un relato con numerosas descripciones de la zona y muy original.
ResponderEliminar38 puntazos!!! Te vuelvo a comentar, porque sabía que ganarías. Tu relato creo que fue el primero que leí y me sorprendió la originalidad, y me alegro de que hayas ganado!!!
ResponderEliminarContinúa escribiendo...
Vaya pasada Cristina ! El relato es súper completo, se nota que te has esforzado...las descripciones son increibles, es casi como si estuviese alli mismo jj. Lo de la reliquias falsas hechas de cera me parece muy original :)) Te has planteado ser escritora? Es que escribes genial.
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