Rápidamente me
cambie y me puse un abrigo encima. Salí de casa corriendo, dejando por poco la
puerta abierta. Llamé al ascensor, pero estaba abajo, así que tardaría en
subir. Pero no tenía tiempo de esperar, de modo que baje las escaleras a una
gran velocidad. Y no era para menos: Muchos clientes me han llamado por las
noches para que investigue sus problemas porque tienen un sueño ligero, o
porque duermen de día, o por cualquier motivo en el cuál no me inmiscuyo. Pero
muy pocas veces te llama alguien a las 6 de la mañana para pedirte que
investigues el robo de las Reliquias de Santa Teresa. No sé a vosotros, pero a
mí es la primera vez que me llaman por algo así. Cierto es que mi fama de
detective es bastante alta por donde yo vivo, y que la policía me ha pedido
ayuda en alguna ocasión, pero esto se escapaba por completo de mi imaginación.
Llegué a toda
prisa a la comisaría, donde me esperaban el capitán y algunos inspectores.
Conocía a Álvaro, porque le ayudé en algún caso, pero a nadie más.
-Buenos días detective - me dijo el capitán - supongo que estarás
a tanto de lo que sucede.
-Bueno, sí - respondí yo entre dormido y eufórico – Han robado las
reliquias de Santa Teresa de Jesús.
-Efectivamente detective. Y en un solo día – me contestó el
capitán.
Los ojos se me salieron de las órbitas al escuchar aquello, ¿Cómo
era posible? Esas reliquias están repartidas por España e incluso por otros
países.
-Aun así –
prosiguió el capitán – todavía nos falta por comprobar si han robado los restos
de Santa Teresa. Y de eso, detective, se encargará usted. Tendrá que recoger
las llaves de donde se encuentren. Irá acompañado del agente Álvaro, él le
informará de todo lo que sabemos.
Me enteré de
que tres llaves estaban en Roma, otras 3 en el Convento de Alba, 3 más en casa
de la Duquesa de Alba y otra en posesión de su majestad. Cogí un avión con
Álvaro, que me informó de los sospechosos: El Superior general de la Orden de
los Carmelitas Descalzos (ya que vive en Roma y tiene interés por que las
reliquias se queden allí), el Director de los Museos Vaticanos (que quiere que
se guarden en el Vaticano), la Priora de la Encarnación (que quiere que los
restos se encuentren en su monasterio), la Priora del Convento de San José
(priora del primer convento que fundó Santa Teresa, y que también los quiere),
la Priora del Convento de Alba de Tormes (que tiene acceso a la mayoría de
llaves y tiene el ataúd donde se encuentran, o encontraban, los restos) y el
líder de la secta milenarista “Cuatro postes” (que afirma que con las reliquias
se puede conseguir el fin del mundo). Todos los sospechosos tenían motivos
claros, pero no podía llegar a imaginarme quién podía haber orquestado un plan
semejante.
Tras un cómodo
viaje, en el que pude dormir y despejarme, llegamos a Roma. Me hubiera
encantado hacer turismo, pero había algo más importante: conseguir las llaves.
Hablamos con el Superior general de la Orden de los Carmelitas
Descalzos, uno de los sospechosos de la lista, y, que además, albergaba en su
poder 3 llaves.
-Perdón, ¿Padre?
El Superior general se levantó de su silla para hablar con
nosotros.
-Buenos días, sed bienvenidos a la casa de Dios. Me he enterado
del trágico robo de las reliquias de la Madre Santa Teresa. Si hay algo que
pueda hacer…
-La verdad es que… sí. ¿Podría darnos las llaves que alberga del
ataúd de Santa Teresa?
El Superior se mostró sorprendido: -¿Puedo preguntar a qué se
debe?
-Queremos comprobar si siguen los restos de Santa Teresa en el
ataúd, para protegerlos.
A regañadientes, conseguimos que nos diera las llaves. Es cierto
que aquel hombre tenía contactos y motivos, pero no quería decirle nada más.
Parecía algo enfadado.
Ya que nos encontrábamos en Roma, aprovechamos para hablar con
otro de los sospechosos: El director de los Museos Vaticanos. Nos recibió en
ostentoso despacho.
-Buenos días, ¿es usted el director? – le pregunté.
-Efectivamente, soy yo – respondió él - ¿puedo preguntar a qué se
debe esta inesperada visita?
-Verá, supongo que estará al tanto del robo de las reliquias de
Santa Teresa. – le dijo el agente, a lo que el director asintió – Me temo que
tenemos que preguntarle si hay viajado a España recientemente.
-Lo entiendo, lo entiendo. – Le respondió el director – Me temo
que no, señores, he estado en Roma estos últimos días, de hecho, ayer tuve una
reunión. Pueden comprobarlo.
El agente Álvaro asintió. Después, el director añadió:
-Es una pena,
la verdad. Tengo muchas ganas de asistir al quinto centenario de Santa Teresa y
oír al Papa, pero supongo que ahora no será lo mismo.
Teníamos un
vuelo inmediato hacia España de nuevo. Teníamos tres llaves, sí, pero no creía
que alguno de esos dos hombres pudiera haber hecho algo así.
Nos dirigimos
al Convento de Alba, un convento de las Carmelitas en el que nos recibió personalmente
la Priora del convento, que, casualmente, era otra sospechosa del robo. Pasamos
a una sala donde pudimos hablar tranquilamente.
-Buenos días, hermana. Verá, venimos por el reciente robo de las
reliquias de Santa Teresa. Sabemos que tiene 3 de las llaves que abren su
ataúd, y tenemos una orden judicial de abrirlo. – le comentó Álvaro.
La Priora respiró profundamente un momento antes de hablar: -Si,
efectivamente, tenemos tres llaves así como el propio ataúd de Santa Teresa.
Pero me temo que, sin el resto de las llaves, les será imposible abrirlo.
-No se preocupe, ya tenemos 3. ¿Sería tan amable de darnos las
suyas?
La Priora se lo pensó un momento, y, algo malhumorada, abrió un
pequeño cajón del que sacó tres oxidadas y pesadas llaves. También aproveché
para preguntarla:
-¿Y también han robado las reliquias de este convento?
-Efectivamente, el corazón, el brazo… - ahogó un suspiro, como de
tristeza.
-¿Y no se enteraron del robo? Es decir, algo así no es habitual.
Además, tiene varios contactos dentro y fuera de la orden.
-¿Me está
acusando de algo? Ni yo, ni nadie de
este convento, sería capaz de cometer semejante atrocidad. Y ahora, si no les
importa, váyanse.
A partir de
allí, pensé en dirigirme a la casa de la
duquesa, donde, sin ninguna clase de problema, me ofrecieron las llaves. Y
además, me dieron una valiosa información: dos hermanas se habían pasado la
tarde de ayer a orar y a tomar té.
Después, fuimos al convento de San José, donde
la Priora, otra sospechosa más, nos esperaba igualmente. Tras las
presentaciones, su angustia y pena por el robo y las formalidades, surgió el
interrogatorio, de forma casi espontánea:
-Perdone hermana, pero, ¿dónde estuvo ayer?
La Priora, algo incómoda con semejante pregunta, respondió:
-Estuve en el Convento de Alba, como estas dos últimas semanas.
Estoy muy interesada en los preparativos de la celebración del quinto
centenario de la fundadora de nuestro convento.
-¿Y puede confirmarlo alguien?
-Efectivamente: La Priora de allí: Estuve gran parte del día con
ella. Hasta tomamos té juntas
Me fijé en que sostenía algo en su puño derecho, y le pregunté:
-Perdone, hermana, pero, ¿qué guarda ahí, en su puño?
-La Priora,
sorprendida, dijo algo avergonzada: - ¡Perdón! Es que, sin querer, he roto la
cruz de uno de mis rosarios. ¡Estoy de los nervios con este asunto!
La Priora, muy dulce y amable, nos acompañó hasta la salida. Una
hermana, que se había quedado por allí cerca, nos llamó y nos dijo, susurrando:
-¡Perdonen! Creo que debo decirles algo.
Álvaro y yo nos miramos sorprendidos. La hermana continuó, en voz
baja:
-Ayer tuve permiso para acercarme al Monasterio de la Encarnación,
que se encuentra algo lejos, para entregar unos libros a la Priora. Y al
llegar, pude oír desde el pasillo como susurraba por el teléfono, como para que
no la oyeran. Y, cuando entré, se puso realmente nerviosa.
La Priora de aquel Monasterio era otra de nuestros sospechosos,
así que, volviendo a coger el tren de alta velocidad, nos dirigimos allí. La
Priora nos condujo a una habitación, donde pudimos hablar.
-¿Cómo le ha sentado el robo de las reliquias, hermana? – le
pregunté
-Me ha afectado muchísimo, ciertamente. Este fue el monasterio
donde vivió más de 30 años, así que todas las hermanas nos sentimos bastante
unidas a ella.
-Y qué mejor forma de sentirse unido a alguien que teniendo lo que
le pertenece cerca. ¿No?
La Priora abrió mucho los ojos, y, en un tono amenazador, replicó:
-Yo no he robado nada, señor detective, si es lo que pregunta.
-¿Y cómo explica su comportamiento tan esquivo y extraño que tuvo
usted ayer? – le preguntó el agente – Sí, algunas hermanas han confirmado que
su comportamiento era “diferente”.
Soltó un largo suspiro, y respondió:
-Mi hermana ha sido abuela, así que he hablado con ella estos
últimos días, cosa que no debería hacer. Estoy emocionada, pero por otra parte
afectadísima por este trágico suceso de nuestra Santa, así que, como
entenderán, me noto algo confusa.
Su historia no me sonaba muy creíble. Iba a decirle algo, pero el
móvil de mi compañero sonó. Su Majestad se había ofrecido a entregar la última
llave para conseguir abrir el féretro.
Nos dirigimos
al Convento del Alba, donde reposaba el cuerpo. Cogimos las 10 llaves, y
cuidadosamente, fuimos abriendo la caja. Y, al desbloquear el último candado, levantamos
la tapa, y vimos algo que nos dejó conmocionados: Los restos mortales de Santa
Teresa de Jesús no estaban allí.
-Por cierto, tengo que decirles algo – comentó uno de los hombres
enviados por la Casa Real a Álvaro: - Ayer se pasó el líder de una secta, me
parece que de “cuatro postes” o algo parecido.
Aquel hombre estaba en la lista de sospechosos.
-Pero lo peor de todo es la persona que le enviaba.
No entendía muy bien lo que estaba tratado de decir.
-Verán, ese líder fue enviado a husmear a la Casa Real por el
mismísimo Director de los Museos Vaticanos.
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo: ¡Ahora el director no
tendría coartada! ¡Podría haber sido él!
-Estupendo – respondí – y, ¿cuándo podríamos hablar con el
director?
-Me temo que es imposible. Lo han asesinado. A solo unos metros
del Palacio Real.
No podía creérmelo: La primera persona con contactos, motivos,
oportunidad y pruebas y resulta que está muerto. Fuimos inmediatamente a hablar
con el líder de la secta, a que nos lo aclarase todo. Fuimos también con uno de
los expertos historiadores y filólogos que se habían presentado en la escena,
muy interesado por el caso. Pensamos que sería útil contar con alguien que lo
supiera todo de aquello que buscábamos. Llegamos a toda prisa a la secta. El
líder, que se había preocupado al oír ruido, salió del edificio para hacer que nos
fuéramos. El agente lo agarró, cuando un grito sonó muy cerca de mí: Era el
historiador:
-¡El… el, el… el cuerpo de Santa Teresa de Jesús! ¡Tras un
arbusto!
El líder parecía desconcertado, como si no entendiera nada. Me
acerqué allí, y efectivamente, se encontraban sus restos. No pude evitar
fijarme en el curioso colgante que llevaba al cuello:
-¿Qué es eso? – le pregunté al experto.
-Es un rosario
-¿Un rosario? Pero, si no tiene cruz.
-Se dice que,
cuando murió, su familia pidió algo suyo para guardarlo y recordar su espíritu.
Y que lo que cogieron fue la cruz de su rosario.
Entonces, todo
se conectó dentro de mi cabeza. Había averiguado quién era el auténtico ladrón
de las reliquias de Santa Teresa.
Mandé reunir a
todos los sospechosos en el interior del convento más cercano: el de San José.
-Supongo que se
estarán preguntando que hacen todos ustedes aquí. Bien, pues les he ordenado
llamar porque al fin se quién es el verdadero ladrón de las reliquias – todo el
mundo me miró de forma nerviosa e inquietada – y que es la misma persona que ha
asesinado al Director de los Museos Vaticanos: ¡Esa persona es LA PRIORA DEL
ESTE CONVENTO, es decir, la Priora del convento de SAN JOSÉ!
Un gran revuelo
sobrevino, y, antes de que pudiera decir nada en su defensa, proseguí:
-Por eso pasaba
tanto tiempo últimamente en el Convento del Alba, para que el día que robase
las llaves del cajón que tantas veces había visto abrir y cerrar a su Priora,
nadie llegara a sospechar de usted. ¿También es casualidad que fuera usted la
acompañante de la Priora del Convento del Alba en la merienda con té en casa de
la Duquesa? Casa en la que, además, hay otras tres llaves ocultas.
La Priora no
pareció inmutarse, de modo que continué:
-Fue fácil
conseguir las reliquias de España: Seguramente sus hermanos, que viven en
diferentes puntos del país, y que, gracias a que son familia suya, tienen el
beneplácito de las hermanas y Órdenes religiosas del país, pudieron entrar en
cualquier Convento y robar una pequeña reliquia.
La Priora
continuaba mirándome fijamente.
-Pero claro,
necesitaba ayuda para acceder a todo lo que se encontraba fuera de su alcance:
Por eso convenció al Director de los Museos Vaticanos para que robara las
llaves del Superior general de los Carmelitas Descalzos y consiguiera el resto
de reliquias, ayudado, como no, por todos sus contactos y amigos, supongo que
los mismos que le trajeron las llaves para que pudiera abrir usted el féretro.
El pobre Director se creyó que querrías trasladar los restos allí, al Vaticano.
¿O se lo prometió usted?
La Priora no
llegó a pestañear siquiera.
-Supongo que
también le prometería muchas cosas al líder de la secta “cuatro palos”, le
envió a por la llave que custodia su Majestad, y, para matar dos pájaros de un
tiro, le obligó a decir que fue el Director quien le mandó. Bueno, en realidad
mató dos pájaros de un tiro, cuando, aprovechando que venía para aclarar el
asunto del líder de la secta, mandó a alguien para asesinarle. ¿Tal vez su
hermano, el que vive en la Plaza de Oriente?
La Priora
continuó seria y sin mostrar ningún signo de expresión en su cara.
-No pude
entender nada hasta que no encontramos el cuerpo, justamente fuera de la secta
donde se encontraba la siguiente persona a la que quería condenar para quedarse
usted limpia. Pero al ver el cuerpo, recordé el accidente que había tenido
cuando habíamos ido a hablar con usted: Un sagrario suyo se había partido,
precisamente la cruz, que se la había desprendido. Igual que a Santa Teresa: Le
faltaba la cruz de su rosario, una cruz que, hace casi 500 años, había sido
entregada a su familia, y que, obviamente, habría sido entregada de generación
en generación.
Entonces la
Priora se mostró algo incómoda
-Quería los
restos para que estuvieran con su familia. La policía ha requisado uno de sus
libros para cotejar el ADN, y según las pruebas que se han hecho en el
laboratorio, Rodrigo, la hermana de Santa Teresa, es su antepasado. Tanto usted
como el resto de sus hermanos querían que la hermana de su “muchos
tátara-tátara” abuelo estuviera cerca suya.
Entonces la
Priora bajó la mirada, con lágrimas en los ojos.
-Tengo que
pedirle que me de esa cruz, para comprobar que es la misma que perteneció a
Santa Teresa – le pidió el agente Álvaro.
Se la entregó.
Y, en efecto, la cruz pertenecía a ese rosario. Era ella la mente que se
encontraba tras los robos y tras el asesinato. Fue detenida y llevada a
comisaría.
Por otra parte, tanto los restos como el resto de reliquias volvieron a sus lugares de origen, donde eran recibidos con júbilo, alegría, admiración y devoción por todo el mundo. El quinto centenario de Santa Teresa de Jesús podía, ahora sí que sí, celebrarse.
Juan Cerrolaza Martínez
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