sábado, 14 de marzo de 2015

Detective Rebeca Fernández

Al recibir la llamada que me comunicaría la impactante noticia del robo de las reliquias de Santa Teresa, decidí que lo primero que haría sería reunirme con los sospechosos para formularles algunas preguntas. A las doce de la mañana de ese mismo día ya estaba en Roma dispuesta a reunirme con el Director de los Museos Vaticanos y más tarde con el Padre General de la orden de los carmelitas.

A pesar de reunirme con ellos por separado, a los dos les hice la misma pregunta: ¿habían contactado el uno con el otro recientemente? El Director fue consumido por los nervios y pensó unos segundos su respuesta, hasta que finalmente me contestó que habían hablado unas semanas antes. Cuando fue el turno del Padre General contestó seguro y con certeza. Me dijo que contacto con él hacía escasos días. Alguien mentía, y todo indicaba que el embustero era el Director, pero barajé la posibilidad de que lo que realmente buscaba era que las sospechas se centraran en él para encubrir a alguien, ya que verdaderamente él no poseía las reliquias, y estaría exento en el caso de que se realizara un registro. Decidí tomar esta teoría como hipótesis principal, ya que me demostraba dos cosas:
1) el robo se llevó a cabo entre varias personas, y 2) el Directo era uno de los culpables.

El siguiente encuentro fue con la Priora de la Encarnación. Durante el interrogatorio, no paró de citarme enseñanzas de Santa Teresa, y lo cierto es que al principio no entendía el por qué. Más tarde comprendí que era su forma de manifestar que actúa como su maestro, y esto sería una buena coartada.

Los siguientes interrogatorios fueron a la Priora del Convento de San José y a la del convento de Alba de Tormes. Al finalizar ambas reuniones, llegué a la misma conclusión: las dos estaban interesadas en poseer el cuerpo de la Santa, al igual que el Padre General de la orden de las carmelitas.

Finalmente me reuní con el Líder de la secta milenarista "Cuatro Postes". Insistía en explícame que el fin del mundo llegaría en el V centenario del nacimiento de la Santa sí se lograra juntar todo el cuerpo. En ningún momento negó, ni afirmó que fuera el ladrón. Sabía que disponía de mucho dinero, y existía la posibilidad de que hubiera logrado su objetivo a través de sobornos y buenos contactos. Pero me di cuenta de que le falta a lo segundo, ya que nadie del entorno que poseía las reliquias estaba a favor de sus enseñanzas.

Pocos días después recibí una llamada en número oculto, y una voz suave me dijo que podría encontrar el culpable del robo en Roma, dentro de una semana. Además me afirmó que recibiría una carta en la que aparecería la dirección exacta. Y así fue, recibí una carta sin remitente en la que aparecería la dirección y la hora del encuentro junto con una pequeña nota que decía: "Entra por la puerta de atrás del edificio y presta atención a lo que veas antes de reaccionar. Sólo quien es capaz de observar, es capaz de saber."

Cuando llegó el día, seguí las instrucciones de la nota, entré por la parte de atrás y me escondí. Parecía que aún no había llegado nadie, y me dio tiempo a reflexionar. De pronto lo supe: la llamada había sido de la Priora de la Encarnación, ya que su voz me resultaba familiar. Además, ella es una amante de las citas, y en la nota aparecía una. De pronto pude apreciar a todos los sospechosos entrando en la sala. Discutían acaloradamente proclamándose inocentes. Unos minutos después, la Priora de la Encarnación rogó silencio y atención porque tenía que decirles algo. Como de costumbre se dispuso a citar a la Santa.

—"Qué lástima me dan las almas que se pierden. Es tan fácil extraviarse por los senderos floridos del mundo..." Dijo ella alzando la voz. — Estáis perdidos por el simple hecho de que la avaricia os impide ver que la única manera de conservar a alguien para siempre, es recordándolo. Todo lo demás no tiene importancia alguna.

Después de este discurso el líder de la secta ni se inmutó, y los cuatro sospechosos restantes agacharon la cabeza. Ya habían aparecido los culpables. Inmediatamente entré y exigía una confesión. Me dijeron que habían reunido las partes que tenían, y que intentarían reunir las que quedaban la noche antes de la ceremonia, y una vez que hubieran formado el cuerpo entero, harían réplicas de las piezas robadas para de devolverlas. Decían querer todas las reliquias para esconderlas y rendirles culto sólo ellos, porque creían que sólo serían merecedores de ese tesoro los que lucharan por ello.

Al obtener la confesión, llamé a la policía para que se encargaran de la recuperación de las reliquias robadas, y di mi trabajo por finalizando al agradecer su colaboración a la Priora de la Encarnación. Todo estaría en orden antes de la ceremonia del V centenario del nacimiento de Santa Teresa.

Rebeca Fernández González

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