Aunque yo había nacido en Ávila,
vivía y trabajaba en Madrid. Era la directora de la empresa de investigación
Pista S.A.
Viajaba a Ávila
cada vez que podía y conocía a muchas autoridades civiles y eclesiásticas. Por
ello me habían elegido para formar parte del Comité Organizador del V
Centenario del nacimiento de Santa Teresa.
En el Comité
estábamos muy contentos pues nos habían confirmado que el Papa vendría a Ávila
a celebrar la Eucaristía el día 28 de marzo; también visitaría Alba de Tormes.
Nos dijeron que el Papa estaba
preparando una sorpresa, pero que no se sabía si se podría realizar. Más
adelante nos informarían.
Esa noche tuve un sueño muy
bonito: veía al Papa sobre un púlpito enorme pegado a la muralla, rodeado por
muchos Obispos y Cardenales y había muchísimos fieles que seguían la misa. Algo
ocurrió que me despertó, era el teléfono que no paraba de sonar. Eran las seis
de la mañana del dieciocho de noviembre.
Me llamaban del Obispado de
Ávila y me pedían que fuera allí inmediatamente, que habían robado las
reliquias de Santa Teresa de todos los lugares donde las custodiaban.
Como era la mejor detective de
España, me encargaron el caso. Tenía que encontrar las reliquias y detener a
los ladrones.
Compré el periódico en la
estación y cogí el tren para Ávila. En el camino leí las noticias; hablaban de
Cataluña y de que a la Duquesa de Alba la habían ingresado en un hospital de
Sevilla. Pero la noticia más importante era el robo de las reliquias y la pena
que sentían todos los cristianos del mundo.
Se habían dado
cuenta del robo porque el Papa había preguntado por un relicario con el pie
derecho de Santa Teresa que se encontraba en la Iglesia de Santa María della
Scala en Roma y cuando fueron a por él no estaba.
La sorpresa que
el Papa preparaba era la de juntar todas las reliquias de La Santa para
traerlas a Ávila el día del Centenario.
Cuando
empezaron a preguntar se dieron cuenta de que también habían robado las otras
reliquias: la mandíbula que estaba en Roma, la clavícula del Convento de San
José de Ávila, la mano izquierda de Lisboa, el ojo izquierdo y la mano derecha
de Ronda, un dedo de la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto en París, otro dedo
de Sanlúcar de Barrameda… todas habían desaparecido.
También había
robado al Superior general de la Orden de los Carmelitas Descalzos las tres
llaves que tenía del sepulcro de Santa Teresa.
Este sepulcro
se hallaba en la Iglesia de la Asunción de Nuestra Señora en Alba de Tormes. Se
abría con diez llaves: las tres que habían robado, tres que se encontraban en
esta Iglesia, tres que tenía la Duquesa de Alba y una que era custodiada por el
Rey de España.
Como también
habían robado el corazón y el brazo de Santa Teresa del Convento de Alba de
Tormes, tenía que comprobar si habían abierto el sepulcro y se habían llevado
el cuerpo.
Al encontrarme
en Ávila, interrogué a las prioras de los conventos de La Encarnación y de San
José y llamé por teléfono a Roma para hablar con el Superior general de la Orden de los Carmelitas Descalzos y con el
Director de los Museos Vaticanos, pero ninguno sabía nada.
Todos eran
sospechosos pues estaban disgustados porque el cuerpo de La Santa estaba
desmembrado. Todos querían tener el cuerpo completo.
Al día
siguiente volví a Madrid y fui al Palacio de la Zarzuela, que es donde vive el
Rey, y me dieran la llave que tenían.
Cogí el AVE a
Sevilla para pedir las llaves que tenía la Duquesa de Alba. Esta había
empeorado y la habían llevado al Palacio de Dueñas, que era una de sus casas.
Como la duquesa
estaba muy enferma no pude hablar con ella. Sus hijos me dijeron que no podían
darme las llaves, que esperase unos días para ver cómo evolucionaba la
enfermedad de la duquesa.
Esto me hizo
sospechar. Que no pudiera interrogar a la duquesa era normal, pero tampoco les
hubiera costado mucho tiempo darme las llaves.
Cuando salía
del palacio me encontré con el marido de la duquesa. Le di ánimos y le conté lo
de las llaves. A pesar del dolor que sentía, me llevó a una habitación y me
entrego un arca diciendo que contenía las llaves, pero que no tenía la
combinación que abría su cerradura. Me dijo que preguntase en el Convento de
Alba de Tormes, que la priora también conocía la clave para abrir el arca.
A la mañana
siguiente me trasladé a Alba de Tormes para interrogar a la priora, preguntarla
la clave y examinar el sepulcro.
La priora no
quería dame la clave. Ponía escusas diciendo que para qué la quería, que sin
las llaves que habían robado no podría abrir el sepulcro. La amenacé con
decírselo al Vaticano y me dio la clave, y al abrir el arca… sorpresa ¡Había
seis llaves! Tres eran las de la duquesa y las otras tres me imaginé que serían
las que habían robado.
Como ya
teníamos las diez llaves, abrimos el sepulcro y vimos que el cuerpo de La Santa
estaba intacto.
Llamé al
Obispado de Ávila y les conté que el contenido del sepulcro estaba completo y
que la priora me había puesto muchas pegas para darme la combinación que abría
el arca. También les dije que tenía que interrogar a los familiares de la
Duquesa de Alba; a ella ya no podía porque había fallecido esa misma mañana.
Alguien tenía que explicar cómo las llaves robadas en Roma habían aparecido
junto a las de la duquesa dentro del arca.
Desde el
Obispado me indicaron que esperase unos días para interrogarlos, había que
respetar el luto de la familia.
El sábado 22,
todas las emisoras de radio, de televisión y todos los periódicos daban la
noticia de un milagro: las reliquias habían aparecido donde estaban antes de
ser robadas.
Todos los
cristianos del mundo estaban felices y más aún en Ávila, el Papa ya podría
hacer lo que tenía planeado.
Me dirigí
nuevamente al Obispado de Ávila que eran los que me habían contratado y les
dije que aunque las reliquias habían aparecido, el caso no estaba cerrado pues
no sabíamos ni quiénes habían efectuado el robo ni para qué lo habían hecho.
Me pusieron al
teléfono con alguien que dijeron que era muy importante en la Santa Sede y me
explicó el caso. No lo entendí muy bien pues unas veces decía que había sido
una especie de “préstamo” y otras que había sido una “toma temporal”, pero que
la desaparición de las reliquias no había sido por robo. Me informó de que las
reliquias habían acompañado a la Duquesa de Alba en sus últimos momentos; no me
indicó si había sido porque ella lo quería dado que era muy religiosa, o por
decisión de sus familiares. Me dijo también que como las reliquias ya habían
aparecido me olvidara del caso y así nadie saldría perjudicado.
Cerré el caso
pero me quedé con las dudas: Si esa era la verdad y fue una casualidad que
coincidiera la enfermedad de la duquesa y el deseo del Papa de reunir las
reliquias, tendríamos el móvil, pero ¿Quiénes habían sido los autores?
Yo creo que la Duquesa de Alba, sola o junto con el resto de
sospechosos que querían el cuerpo de Santa Teresa íntegro, había planeado el
robo. Esto explicaría quiénes podrían ser los autores y los motivos del robo,
pero ¿Qué pensaban hacer con el cuerpo?
Lo que está
claro, porque es histórico, es que en 1585, el cuerpo de Santa Teresa fue
traslado, casi en secreto, desde Alba de Tormes al Convento de San José de
Ávila y que el duque de Alba, al enterarse, envió sus quejas a Roma y el cuerpo
volvió a Alba de Tormes. Con estos traslados el cuerpo de Santa Teresa había
perdido ya muchas partes y había sido enterrado tres veces.
Según lo que yo
creo, el robo hubiera dado lugar a un cuarto entierro. ¿Habría sido Ávila, cuna
de Sta. Teresa, el lugar definitivo de su eterno descanso? Quizás algún día lo
sepamos.
Estela Rodríguez
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