Por todos mis años de experiencia en colaboración con la policía, en la
búsqueda de sospechosos, mi olfato detectivesco ha llegado a tener fama
mundial. Uno de los dones que poseo es mi gran corazonada. A veces, al dormir tengo
un presagio y al día siguiente recibo una llamada con algún nuevo caso. Esa
noche así fue y al día siguiente recibí una llamada de la policía informándome
de un robo poco inusual. Se trataba del robo de las reliquias de Santa Teresa
de Ávila.
Lo primero que debía hacer era comprobar la veracidad de los hechos y
visitar a las personas que poseen las llaves que abren el sepulcro de la Santa.
Son diez llaves: tres las tienen las monjas del Convento de Alba, otras tres la
Duquesa de Alba, tres están en Roma, ya que las guarda el Superior general de
la Orden Carmelita y la última el Rey de España. Además me enteré que el Papa
vendría muy pronto a España.
Fui a visitar el convento de Alba de Tormes en Salamanca. Por lo visto
las monjas también se habían enterado y se ofrecieron a cooperar dándome las
llaves y pidiéndome prudencia en mis acciones. En segundo lugar me dirigí a la
residencia de la Duquesa de Alba. Me dijeron que estaba enferma y en estado
grave, fui atendido por su hijo. Como no estaba dispuesto a darme las llaves,
con la excusa de ir al baño, fui al dormitorio de la duquesa. Encontré las
llaves, salí por la ventana, cogí el coche y me fui corriendo de allí.
La gente en la calle hablaba del robo. Unos decían que el gobierno
estadounidense planeaba secuestrar su cuerpo y revivirlo en el Área 51. Otros
decían que podía haber sido un milagro. Yo como musulmán nunca he entendido lo
de las reliquias. En nuestra creencia se entierra el cuerpo sin atribuirle
ningún valor divino. Son algunas cosas en las que entramos en contradicción con
los hermanos cristianos pero prefiero no seguir ya que de este tema se podría
hablar largo y tendido.
Después fui a visitar al Rey. Debido a su apretada agenda, no podía
recibirme de inmediato y decidí ir primero a Roma. Pero esa misma tarde recibí
una extraña llamada que me dejo un poco aturdido. Alguien a través del teléfono
decía: ''Será mejor para ti que no te metas en esto, estás avisado''. Yo creía
que se trataba de una broma y seguí a lo mío. Esa noche preparé la maleta y me
fui a dormir.
A la mañana siguiente cogí mi vuelo a Roma. Cuando llegamos, la ciudad
me sorprendió bastante, se notaba su pasado cristiano y su gran esplendor
histórico. Me dirigí a la Casa General de los Carmelitas Descalzos en la calle
Corso d'Italia, 38; donde supuestamente vivía el superior de la orden. Me
recibió un hombre algo mayor que me invitó a pasar. Le expliqué el motivo de mi
visita y me dijo que estaba muy triste por lo sucedido. Me preguntó si creía en
Cristo. Pensé que decirle que era musulmán dificultaría su colaboración
conmigo, así que le dije que si pero que era algo complicado. Necesitaba acabar
rápido. Le pedí las tres llaves del sepulcro y amablemente me las dio.
A la semana regresé a España y me notificaron que el Rey podía recibirme.
Fui directamente al palacio de la Zarzuela. Felipe VI me recibió en una sala de
estar muy lujosa. Me dijo que estaba muy sorprendido por los acontecimientos.
Me dio la última llave y me dijo que dependía de mí el descubrimiento de las
reliquias.
Ya tenía todas las llaves, pero estaba muy cansado y decidí dormir ese
día en un hotel de Madrid. De repente sonó el teléfono y al cogerlo, una voz
siniestra dijo: ‘‘¿Con los avisos no son suficientes, eh? Sabemos que tienes
todas las llaves, pronto iremos a por ti''. Esta vez sí que me asusté.
Tras llamar a un colega detective, le pregunte si podía ofrecerme una
lista de sospechosos interesados en las reliquias de la Santa o que tuvieran
algo que ver con ellas. Esa misma tarde recibí un listado con los seis
sospechosos principales.
Me acorde de repente que durante mi instancia en Italia un clérigo del
Vaticano me ofreció su número de teléfono en caso de necesitar ayuda. Lo llamé
pidiéndole si podía reunir a los seis sospechosos y venir a verme a mi despacho
en Alicante. A lo que me respondió que en dos días estarían aquí.
Al cabo de dos días fueron llegando uno a uno. El último en aparecer fue
el líder de la secta milenarista, quien apareció rodeado de otros de sus
compañeros. Los llamé de uno en uno. El Superior general de la Orden de los
Carmelitas Descalzos, el Director de los Museos Vaticanos, la Priora del
Convento de la Encarnación, la Priora del Convento de San José y la Priora del
Convento de Alba de Tormes. Cuando llegué al último, el líder de
la secta milenarista, quise centrar más mi atención. Tenía mucho poder
económico y sus enseñanzas producían escalofríos. Repitió muchas veces durante
el interrogatorio que el mundo se acercaba al fin y que todos pagaríamos por lo
que hicimos.
De repente se escuchó un cristal romperse y a una mujer gritar. Al
salir, encontramos al Director de los Museos Vaticanos en el suelo con un
disparo en la cabeza. El pánico se había apoderado de los invitados. Y recibí
una llamada de teléfono, la voz misteriosa del otro día me dijo: '' demasiado
tarde, moriréis uno a uno y el ultimo serás tú''. Seguidamente unos
encapuchados entraron en el edificio. Cogí mi pistola e intente sacar a los
invitados de allí. Los asaltantes eran muchos, nos rodearon y dispararon dardos
tranquilizantes cayendo todos dormidos.
Cuando recobré la consciencia estábamos en una especie de monasterio
abandonado, colgados hacía arriba. Era un lugar tenebroso y húmedo. De repente
un encapuchado se acercó a mí y ordenó a sus ayudantes que me descolgaran y me
llevaran a una habitación aparte donde me esposaron las manos. Este hombre
tenía una voz familiar. Mi sorpresa fue cuando al quitarse la capucha vi que se
trataba del clérigo anciano que me encontré en Roma.
Ante mi estupor y confusión, nos quedamos un rato en silencio hasta que
empezó a hablar: ‘‘Ya te ofrecimos muchas oportunidades para abandonar el caso,
sin embargo eres muy cabezota, y pagarás por tu persistencia``. ¡Lo que me
temía! Era él la persona que me llamaba constantemente por teléfono y ahora me
pedía las llaves del sepulcro. Me negué a hacerlo, sacó una pistola y me
disparó en la pierna dejándome nuevamente inconsciente. Esta vez al despertarme
estaba en una celda junto a un encapuchado. Le pregunté la hora y me respondió
que eran las cinco de la tarde. ¡Ya casi no me quedaba tiempo! Iba a acabar en
esta celda de por vida. Tampoco sabía nada de los otros cinco.
El encapuchado de mi celda me dijo que era mejor para mí entregar las
llaves o acabarían por matarme. Le pregunté para qué necesitaban las llaves si
ya disponían de las reliquias. Con voz silenciosa me contó que tenían las
reliquias y que habían cambiado el sepulcro por una réplica. Pero no podían
acceder a su contenido.
Yo ya lo había comprendido todo. De repente él se apoyó en las rejas de
mi celda y saqué mis manos esposadas para ahogarlo. Lo dejé inconsciente y acto
seguido cogí las llaves que tenía en su bolsillo y me puse su ropa. En el
bolsillo encontré su móvil e investigando en él supe donde se encontraban las
reliquias. Tenía poco tiempo ya que si descubrían su cuerpo en la celda sabrían
que escapé.
Mandé un mensaje de socorro a la policía, pues no podía llamarles por si
alguien me escuchaba. Me acerque a la sala donde estaban las reliquias, estaban
todas puestas encima de una gran mesa. Según un documento que encontré, se
trataba de unos mercenarios que se hacían pasar por religiosos y pretendían
venderle las reliquias a una secta satánica, cuyo propósito era obtener el
cuerpo entero de la Santa. También decía que la reunión sería esa misma tarde.
Sin embargo, aún les faltaban las llaves para abrir el sepulcro robado.
Las tenía yo, así que los mercenarios no podrían completar su trabajo. Me
acordé que las llaves estaban en mi apartamento. Un mensaje de móvil de los
mercenarios ordenaba que dentro de quince minutos uno de ellos saliera a
recogerlas y volviera para completar el proceso. Era mi oportunidad de escapar
de aquel lugar y poder hacerme con ellas.
Cuando salió el supuesto mercenario con dirección a mi despacho, salí de
mi escondite y seguí sus pasos. Cuando abrió la puerta de la calle, lo alcance
y me dijo: ‘‘¡El
jefe ha dicho que nadie más salga!''. Le seguí el rollo y le dije que el jefe
me ordenó acompañarle. Me miró a la cara y siguió caminando. Llegamos a una
furgoneta y subimos a ella. Note que tenía algo en el bolsillo, se trataba de
mi pistola. Al parecer no me la habían requisado y era demasiado pequeña para
que alguien se diese cuenta. El mercenario también tenía una pistola en su
cinturón.
Le mire de reojo, este se quedó pensativo y cuando pasaron unos segundos
vi como rápidamente intentaba desenfundar su pistola. Saqué apresuradamente la
mía y le metí un disparo en la cabeza. El sonido se escuchó en todo el
monasterio por lo que me apresure a sacar su cuerpo fuera de la furgoneta. La
arranqué cuando empezaron a disparar contra el vehículo. Conseguí llegar a mi
apartamento, cogí las llaves y llame a la policía. Regresamos al monasterio
justo a tiempo de sorprender a la secta satánica.
Todos fueron encarcelados, pero antes de que se los llevaran le quite la
capucha al líder de la secta. Era el líder de la secta milenarista. El clérigo
anciano de Roma había organizado el robo para venderle las reliquias al líder
de la secta milenarista. Ya sabemos que esta secta lo que esperan es el fin del
mundo en el V centenario de la Santa si consiguen reunir las partes
desmembradas de su cuerpo para el día en el que se conmemora su nacimiento. En
un cuarto encontramos amordazados a los demás, ya por fin todo estaba resuelto.
Cobré mi dinero y decidí dejar esto de ser detective ya que me di cuenta de que
arriesgaba mucho mi vida.
Djebril Bouzidi Alia
Mi enhorabuena por el trabajo realizado.
ResponderEliminarJosefina
¡Felicidades! Has sido premiado en 2º lugar con 27 puntos
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ResponderEliminarFelicidades por ese segundo premio bien merecido. Tu redacción me encanta.... Continúa así.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario te lo agradezco mucho ... saludos
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EliminarFelicidades por el segundo premio jj me ha parecido un relato con mucha acción y muy interesante... no me esperaba para nada que el de las amenazas fuese el clérigo anciano que se había encontrado en Roma.
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ResponderEliminarfelecidades mi primo djebril estoy muy orgullosa de te
ResponderEliminargraciass¡¡¡ saludos :)
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