sábado, 28 de marzo de 2015

Detective María Martín



Todo comenzó un miércoles 18 de octubre. Fui a casa de mis primos como solía hacer varias tardes para entretenerles jugando a detectives, que es lo que más les gusta jugar; mientras jugábamos sonó el móvil de mi tío, eso significaba que era una llamada importante y nosotros escuchamos la conversación detrás de la puerta. Mi tío estaba muy alarmado, entonces supe que se trataba de uno de esos casos imposibles. Bueno que no os he dicho, mi tío es detective privado. Cuando terminó de hablar le pregunté de qué trataba el caso pues me había dejado muy intrigada, pero la intriga fue mayor al escuchar las palabras que salieron por su boca.  Bueno, creo que debería presentarme,  soy María Martín García, tengo catorce años, vivo en Ávila, soy buena estudiante y me gustan mucho los libros de misterio, como veis nada del otro mundo. Bueno, continuemos con mi historia, eso sí que es algo fuera de lo común. Resulta que después de llegar a mi casa, por la noche,  no paraba de darle vueltas al caso, me parecía el caso más difícil que había oído jamás, y encima aquí, en Ávila. Resulta que hace dos días mi tío recibió una llamada inesperada a las seis de la mañana, informándole de que habían robado las reliquias de Santa Teresa justo el día de después de la celebración de la misa del V centenario, en la que, por cierto, había estado yo presente. Las reliquias habían desaparecido de todos los lugares donde estaban custodiadas el mismo día, así que no había dado tiempo a tomar las medidas  necesarias. La policía no tenía pistas, puesto que el ladrón no había dejado rastro. Sólo quedaba comprobar el sepulcro de Alba de Tormes, y para ello había que localizar a la duquesa de Alba y al Superior General de la Orden Carmelita. Un robo más que imposible, pero lo que era verdaderamente un misterio era el porqué, eso sí que me quitaba el sueño, entiendo que se robe dinero, o cualquier objeto valioso, pero, ¿los restos de la Santa? No tiene ningún sentido robar los restos de una persona que vivió hace más de quinientos años. Al día siguiente fui a contarle lo sucedido a Álvaro, mi profesor, pero nada más decirle que era a cerca de los restos de la Santa, me dijo que esperara hasta la hora de religión, puesto que venía un fraile a hablarnos sobre ella. Al parecer este fraile, el hermano Lorenzo, estaba especializado en Santa Teresa, pero no tuve suficiente confianza con él, como para revelarle lo del robo de las reliquias.
Esa misma tarde mi tío me propuso ir con él a la comprobación policial del sepulcro de la Santa, en Alba de Tormes. El sepulcro estaba custodiado con diez llaves: tres las poseían monjas, tres la duquesa de Alba, tres están en Roma y  la última la tenía el Rey. La policía ya había conseguido todas las llaves, puesto que ninguna había desaparecido. Mi tío me contó que habían logrado hacer una lista de sospechosos y durante el trayecto me fue contando quienes eran y el móvil que tenían, pero aún faltaban las coartadas. Cuando llegamos allí, la policía comenzó a hacer las pruebas de las huellas dactilares y después procedieron a abrir el sepulcro. Como a mí no se me permitía entrar, me quede “investigando” la iglesia, pero lo único que encontré fue un papel en blanco, y claro, me dijeron que eso no era una pista. Cuando salió el personal autorizado informaron de que el sepulcro estaba vacío, no quedaba ni rastro del cuerpo de la Santa y solo habían encontrado un trozo de tela que al parecer era de una túnica cualquiera. El caso empezaba a complicarse, había desaparecido totalmente el cuerpo de la Santa, no había huellas, sólo una lista de sospechosos, y como pistas, un trozo de tela y mi papel.
En los días siguientes acompañé a mi tío a interrogar a los sospechosos: el Superior General de la Orden  Carmelita fue al primero que interrogamos, su móvil no era suficientemente fuerte y el hecho de que poseyera tres de las llaves, no lo hacía más ladrón, incluso a mi me parecía que eso lo hacía menos sospechoso. El siguiente era el Director de los Museos Vaticanos, que, según la policía, podía estar aliado con el Superior, y esconder el cuerpo en uno de los museos. Pero, estos estaban registrados y el móvil tampoco era lo suficientemente muy fuerte. También interrogamos a la Priora de la Encarnación, que deseaba que hubiera más reliquias en la ciudad natal de la Santa, pero más allá de eso, yo lo único que veía era una pobre monja inocente, al igual que la priora de San José, que, ¡claro que le gustaría tener el cuerpo de su Santa en el primer convento que fundó!, pero no era más que un deseo, además también habían robado en el convento. Otra sospechosa que también descartamos al instante fue la Priora del Convento de Alba de Tormes que aunque poseía tres de las diez llaves del sepulcro tenía una coartada indestructible puesto que el día del robo ella estaba en primera fila en la Misa del V Centenario grabada por multitud de cámaras. Y sólo nos quedaba un sospechoso más, el Líder de la Secta Milenarista "Cuatro Postes", con mucho poder y dinero, que esperan el fin del mundo en el V Centenario de la Santa. Pero comprobamos que había muerto, ya que al hacer falsas promesas los seguidores le habían asesinado.
Desde que me enteré de lo del caso hasta hoy había pasado una semana, y la policía seguía prácticamente igual. Al llegar a mi casa, y quitarme la cazadora, vi un papel en el suelo, el mismo papel que me encontré en el convento y pensé mientras lo tiraba a la papelera que tal vez, igual que a mí, se le podía haber caído al ladrón, e inmediatamente se me ocurrió. Cogí un lápiz y la encontré, ahí estaba la pista, la verdadera pista. Llamé a mi tío corriendo y entonces le expliqué que se me había ocurrido probar a manchar el papel con el lápiz, para probar si había algo oculto que se pudiera leer, como en las novelas de Sherlock Holmes. En el papel en blanco ponían exactamente todos los lugares en los que se habían robado las reliquias.
Al día siguiente, al ser jueves volvió a venir el fraile Lorenzo a clase de religión, esta vez se centró más en las reliquias de la Santa, pero mi atención no se centró en lo dijo sino en lo que escribió. Su letra, me recordaba familiar, hasta que caí, era la letra del  papel que me encontré en Alba de Tormes, pero ¿cómo podía ser él el ladrón?, inmediatamente mi vista se centro en su túnica, no me lo podía creer, le falta un trozo similar al trozo que encontraron en el sepulcro, por fin comenzaba a atar cabos sueltos, además recordé que hubo un fraile que en la Misa del V Centenario llegó más tarde y justo estaba colocado en un lugar estratégico en el que ninguna cámara pudiera tomarle grabación, sin mencionar lo interesado que estaba en la reliquias de la Santa. Pero para asegurarme, con una escusa sobre algo que no había entendido en la charla, conseguí que plasmara su letra en el papel y me asegure de que lo tocase bien, y luego le pregunté a Álvaro a que orden pertenecía. El caso estaba resuelto, increíble pero cierto, había descubierto al ladrón. Pero la historia no acaba aquí; después de que la policía examinara su letra y sus huellas dactilares, fuimos a arrestar al ladrón, y cuál fue nuestra sorpresa, cuando nos dijo que se entregaba. Nos contó que su madre se había muerto cuando él era pequeño, pero que siempre había sido feliz siendo muy devota de la Santa, el había sido muy rico y pensaba que poseyendo todo lo que se le antojaba sería feliz, pero nunca había alcanzado la felicidad verdadera, por eso pensó que si poseía el cuerpo de la santa sería tan feliz como su madre y afirmo: “Cuando robé el cuerpo no sentí ni el más mínimo grado de felicidad, pero al tener que ocultar mi identidad y vivir como un fraile, sirviendo mi vida a Dios he descubierto que la felicidad no se encuentra en poseer, sino en el amor que Dios nos da, he descubierto en la fe la felicidad. He de pagar por lo que he hecho, pero aunque en una cárcel esté, más feliz no podré ser”.
Rodrigo Jiménez que en verdad era como se llamaba el hermano Lorenzo, como veis, asumió la culpa, explicó que había contratado a unos ladrones para robar en el resto de países mientras él robaba en Alba de Tormes, a los cuales, posteriormente, les pagó la fianza. Pero aunque se iba a pasar gran parte de su vida entre barrotes, parecía el hombre más feliz del mundo. Y en cuanto a mí, me dieron un premio y me agradecieron mi labor.
Y a partir de esta aventura, nunca más volveré a dudar, de mayor voy a ser… ¡detective!

1 comentario: