sábado, 28 de marzo de 2015

Detective Lara Fernández y el Misterio de las Reliquias


Camino tranquilamente por la calle, acompañada de Damián. Echo un vistazo al reloj. ¡Perfecto!, vamos bien de tiempo. No quiero hacerla esperar.
                Después de una larga caminata llegamos  a nuestro destino: la mansión de la Duquesa de Alba.

-          Buenos días.-Nos recibe- ¡Siéntense!

Nos acomodamos en un par de sillas de su salón y nos ofrece un café. Es una mujer muy agradable. Cuando nos quedamos a solas, mientras Damián habla con otras personas de la casa, comienzo a explicarle el problema; pues cuando hablamos por teléfono no pude dar muchos detalles.

-          Como sabrá, se han producido una serie de robos en varios lugares del mundo donde se guardaban las Reliquias de Santa Teresa.

Asiente y me escucha atentamente.

-          Como detective encargada del caso lo primero que he de comprobar es si el cuerpo continúa o no en el sepulcro. Para ello necesito las tres llaves que guarda el Supervisor General de la Orden Carmelita, las tres que hay en el Convento de Alba de Tormes y las otras tres que posee usted. El Superior accedió a dármelas cuando le visité hace un par de días en Roma.

-          Así que, ¿usted se guardará las llaves en el bolsillo y se marchará?, ¿así, sin más? – Pregunta, mostrándose claramente en  desacuerdo. - ¿No le parece poco seguro?

-          Sé que son cruciales para el caso, pero la gente corriente no sabe que soy detective. Siempre trato de ser discreta para que nadie sospeche. Si consiguiese escoltas, sólo llamaría la atención…-Debo de haberla convencido, ya que se levanta y me dice:

-          Está bien. Si es necesario se las daré, pero con la condición de que me las devolverá lo antes posible.

-          Por supuesto.

-          Bien.- Responde.- ¡Acompáñeme!

Vamos a otra habitación. Se acerca a un cuadro de Picasso y  lo descuelga de la pared, dejando ver una caja fuerte. Introduce la contraseña y la abre.

-          Aquí tiene.- Dice entregándomelas.- Antes de que se vaya, he de enseñarle algo más.
-          ¿De qué se trata?

-          Hace una semana recibí esta extraña carta.

Me entrega un folio escrito a ordenador que guardaba en un cajón.
-          Pensé que se trataría de una broma y no le di importancia.

La observo atentamente. Es muy extraño. Sólo hay puntos y líneas. ¿Será código morse?

-          ¿Tiene el sobre también?

-          Sí, aquí mismo.- Saca del mismo lugar donde estaba la carta un sobre blanco, impecable, sin remitente y con un sello.

-          ¿Cuándo la recibió exactamente?

-          El sábado.

-          Un día antes del robo….- Concreto.

-          Exacto, pero yo no he tenido nada que ver.

-          ¿Alguien más conoce la clave de la caja fuerte?

-          Mi mayordomo, Ricardo.

-          ¿Podríamos hablar mi compañero y yo con él?

-          Se ha tomado libre esta semana. Regresará en un par de días. Si quieren pueden volver por aquí y hacerle algunas preguntas. Serán bien recibidos, pero dudo mucho que él haya tenido algo que ver en esto.

-          Eso habrá que verlo…

Lo guardo todo cuidadosamente. Le doy las gracias por su ayuda y nos despedimos de ella.

Damián llama a un taxi para que nos lleve de vuelta al hotel. Puede que no sea muy seguro utilizar el transporte público, pero la idea es no llamar la atención.

Una vez en la habitación, extiendo sobre la cama todo lo que hemos reunido en relación al caso: las seis llaves, la nota misteriosa y el cuaderno de anotaciones. Decido centrarme en la nota. Intento descifrar el mensaje con diferentes técnicas, como colocar la hoja a contra luz o pasar un lápiz por encima en busca de algunas marcas, pero ninguna da resultado. Tampoco se trata de código morse, pues al intentar traducirlo, el mensaje que obtengo carece de sentido.

A la mañana siguiente, Damián y yo nos dirigimos al Convento de Alba de Tormes. No hemos avisado de nuestra llegada. Preferimos ir por sorpresa para que no les de tiempo a esconder posibles pruebas, en el hipotético caso de que alguna de las monjas esté relacionada con el robo.

-          Buenos días.- Saludo al llegar.- Quería hablar con la Priora.

-          ¿De parte de quién?

-          Detective Fernández y su compañero López.

-          Está bien, iré a avisarla.

-          Gracias.

En diez minutos está de vuelta, acompañada de la Priora.

-          Buenos días. Imagino que vendrán por el robo, ¿no?- Nos pregunta.- Entonces síganme. Les diré dónde está.

Avanzamos por los pasillos a un ritmo bastante rápido para no perder tiempo. Una vez allí, la priora nos entrega las tres llaves que nos faltan y las introduzco en las cerraduras. A continuación lo intento con las de la Duquesa, pero algo falla.

-          ¡Qué extraño! No encajan…

Pruebo con las del superior, pero tampoco funcionan. ¡Ambos me han dado las llaves equivocadas!

-          ¿Qué ocurre?- Pregunta la Priora.

-          Estas no son las del sepulcro.

-          ¡Oh! ¡Dios mío!, ¿se las habrán robado a la Duquesa y al Superior?

-          Puede.- Responde Damián.- Quizás nos las ha dado mal a posta.

¿Y si mi amigo tenía razón?..... ¿Eso significaría que habrían sido ellos los ladrones? La única manera de descubrirlo sería continuar investigando e interrogando sospechosos.

Mientras vamos en el tren hacia Ávila mi compañero inspecciona el portátil de la Priora del Convento de Alba de Tornes. Al principio no le gustó la idea de que nos lo llevásemos para revisarlo, pero al final accedió. Yo leo una y otra vez la lista de posibles ladrones.

Tenemos planeado un interrogatorio para el líder de la secta milenarista “Cuatro Postes”, uno de los que más razones podría tener para llevar a cabo un robo de tales magnitudes. Algunas fuentes aseguran que creen que el fin del mundo llegará el día del V centenario de la Santa si consiguen reunir todas las reliquias.

Una vez en la cuidad, Damián va a hablar con un informático que cree que puede ayudarle con el ordenador; mientras que yo, busco el Hotel Cuatro Postes, sede de la secta. Por más que insisto, se niegan a abrirme. Pruebo varias veces más, pero es inútil. No van a dejarme pasar, ni a contestar a ninguna pregunta, ni a aportar nada provechoso a la investigación.

Son los segundos que se niegan a pasar por el interrogatorio. Al director de los Museos Vaticanos tampoco le gustó verme en Roma… Un comportamiento muy extraño que no suelen tener las personas inocentes.

Decido ir al Convento de la Encarnación. Quizás allí tenga más suerte. Camino con paso firme, tratando de ordenar mentalmente las piezas de este rompecabezas tan complejo.

-          Buenos días. ¿Podría ver a la Priora? – Le pregunto a la primera monja con la que me encuentro.

-          No sé si estará ocupada, aunque, claro, acompáñeme.

Me guía por los pasillos y me lleva hasta una sala de estar muy luminosa con un aspecto sobrio pero acogedor.

-          Esta chica ha venido a verla.- Le dice a la religiosa que se encuentra sentada en una silla debajo de una pintura de Cristo en la Cruz. Es uno de los cuadros más conocidos del convento. Me sonríe y me invita a sentarme a su lado. Su compañera se va y nos quedamos a solas.

-          ¿Eres detective, verdad?

-          ¿Cómo se ha dado cuenta?

-          Se ve tu astucia en la mirada.

-          Gracias. – Respondo.- Una mujer tan amable sería incapaz de cometer un robo.

-          ¿Ya has resuelto el misterio? – Me habla con el mismo tono que utiliza una madre con su hija.

-          ¿Usted que cree?

-          Que debes de estar muy desorientada para venir aquí buscando al culpable.

-          ¿Por qué?

-          Porque los pobres son los que más dan y los ricos, los que más quieren. Cuando entiendas esto descubrirás al culpable. Ahora vamos, te acompaño hasta la salida.

-          Si ya sabe quién es el ladrón, ¡dígalo!

Se ríe.

-          Yo no sé quién ha podido ser.

-          Entonces, ¿a qué ha venido eso?

-          Yo hablo desde la voz de la experiencia. No he ido en busca de pruebas, pero espero haberte ayudado. – Dice poniéndose en pie.- No tengo nada más que decirte. Ve en paz y que el Señor te acompañe.

Salgo del convento, vuelvo a donde me despedí de Damián hace un rato. Aún no ha llegado,  pero no creo que tarde mucho. Me siento en una cafetería a esperarle. No hace mucho frío para la época que es. Hay mucha gente por la calle. Mi mirada se detiene en una pequeña que está llorando porque se le ha caído la piruleta al suelo. Le pide otra a su madre, pero ella le dice que ahora tienen prisa y que no pueden pararse. Mientras madre e hija discuten, un hombre pobre sentado en la acera pidiendo limosna se levanta y se gasta su única moneda en una piruleta de la máquina expendedora, para la niña, que deja de llorar y ahora sonríe, feliz, al igual que el hombre.

        “Los pobres son los que más dan, y los ricos, los que más quieren”. ¡Qué razón tenía la Priora de la Encarnación.

-          ¡Lara!

Levanto la cabeza al oír que me llaman. Es Damián, que viene corriendo hacia mí.

-          ¿Descubriste algo?

-          Sí. Creo que sé cómo descifrar la carta.

Se sienta a mi lado y saca un papel del bolsillo y la carta.

-          Cuéntame.

-          Con la ayuda de Fernando, el informático, conseguí entrar en el correo electrónico al que había accedido la Priora del Convento de Alba de Tormes, y uno de los e-mails era el alfabeto normal y en código binario que envió al mayordomo de la Duquesa.

-          ¿Qué código es ese?

-          Es el que utilizan los ordenadores. Consiste en usar los números 0 y 1 para darle instrucciones al microprocesador. Cada una de las letras y símbolos del teclado tiene una numeración diferente. Puede que los puntos de la carta sean ceros y las líneas, unos.


-          ¿El e-mail era para descifrar la carta?


-          Eso creo. Todavía no sabemos si ella envió la carta o no.


-          Hay que comprobar si las huellas dactilares del ordenador están en el sobre y la carta.


Y así resolvimos el caso:

Mandamos el ordenador y el sobre al laboratorio central de la Policía de Madrid, y se confirmó lo que sospechábamos: la Priora del Convento de Alba de Tormes envió por correo postal la carta al mayordomo y al Superior General de la Orden de los Carmelitas. Para mayor seguridad escribió un correo electrónico a ambos para que pudiesen descifrar el mensaje.

        Lo que nos dio la pista final fue la carta, que decía:

        “Todo listo. Ahí va un billete de tren para el viaje. Acuérdate de dejar las llaves falsas dentro de la caja fuerte de la Duquesa antes de venir. El Superior General ya me las ha enviado, solo faltas tú, Ricardo. Espero verte pronto o tendremos que posponer el robo”.

Ricardo era el mayordomo encargado de recoger el correo a la Duquesa de Alba y enseguida supo que aquella carta era para él, aunque se había enviado con los datos de su superior para acusarla a ella. Después de descifrar el mensaje, pidió la semana libre y se fue hasta Alba de Tormes. Tenían al menos un aliado en cada convento. Les ayudaron a robar las reliquias y las guardaron en el sepulcro.

        Recordé las palabras de la Priora de la Encarnación y averigüé por qué  lo habían hecho. Era una metáfora. “Los pobres” eran los demás conventos que tenían alguna reliquia y “los ricos” eran aquellos que guardaban las llaves, varias reliquias, el cuerpo… y aún así ansiaban más. Era la avaricia lo que les había llevado a cometer el robo y la Priora de la Encarnación lo sospechó desde el principio. Desde el principio habían deseado ser los únicos dueños de los restos de Santa Teresa.

        La policía arrestó a los culpables (la Priora de Alba de Tormes, el mayordomo de la Duquesa, el Superior General de la Orden Carmelita y sus contactos en los demás conventos) y las reliquias fueron devueltas a su lugar correspondiente. A modo de castigo, el sepulcro se trasladó al convento de San José, en Ávila; ya que, éste fue el primero que fundó la Santa y al que quería llegar para morir.  

Laura Cruz Palmeiro

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