sábado, 28 de marzo de 2015

Vacaciones en Roma. Detective Jerar Khachatryan


Corría el año 1996,  tan sólo hace un año, cuando  fui de viaje a Roma con mi familia.  Sobre todo para visitar los innumerables museos e iglesias que tiene la ciudad. Mi esposa Cornelia, mis siete hijos y yo subimos al avión.  De repente salió del aseo una monja,  a la que sus ojos oscuros concedían una mirada feroz. Y con su nariz aguileña ganó mi atención.  Tenía unos rasgos que le imprimían mucho carácter. Se sentó en la fila que estaba delante de mí. Con ella viajaba  un sacerdote  con aspecto más normal .

                Toda la familia estaba durmiendo. Yo suelo tener miedo al viajar en avión, con lo que estaba despierto. La monja y el cura  empezaron a susurrar.  Pero se escuchaba perfectamente su conversación. Hablaban en latín y eso me encanta porque soy filólogo de  lengua latina.  Además  no me conformo con traducir  textos, sino que domino el idioma completamente y lo hablo sin ninguna dificultad.

                 Al oírlos hablar en latín no pude aguantar mis deseos de escuchar lo que decían. Comentaban acerca de las reliquias de Santa Teresa de Ávila. Que estaban los dos disgustados porque su cuerpo estaba dividido y repartido por muchas ciudades. Y  sobre unos planes que  realizarían para conseguir que todo el cuerpo estuviese reunido en Roma. La verdad,  despertó mi interés sobre la Santa.  Debe ser alguien importante, si no lo fuera no hablarían sobre ella con tono tan decidido y con tanta seriedad.

                Me prometí a mi mismo que visitaría el lugar donde estaba enterrada la Santa.  Los altavoces del avión sonaron para decirnos que estábamos aterrizando.  Como algo tradicional, cuando el avión aterriza toda la familia aplaudimos. Es una costumbre que viene ya de mis abuelos. Al salir del avión, la monja dijo al cura que el plan debía realizarse  en los dos días siguientes. Lo que me hizo sospechar que tramaban algo.

                Mi prima Mariam nos esperaba en la terminal.  La habíamos echado mucho de menos. Allí también se encontraban la monja y la cura. Mi prima les saludo.  ¡Qué sorpresa! se conocían. Nos alojamos en su casa. Una casa enorme que tiene cerca del museo Capitolino.  ¡Oh, Roma, la gran Roma!  Esta ciudad es tan bella. Cuantas cosas han pasado aquí y pasarán a lo largo de la historia.

                Mariam, tenía veintiséis años y era extremadamente inteligente. Poseía el doctorado en teología y había recibido el Premio Nobel sobre sus  investigaciones para demostrar que la tumba de Jesucristo está en el país del arca perdida de Noé, Armenia.  Me siento orgulloso de tener una prima así. Ella me demostró que puedes creer en Dios y a la vez ser científico. A ella  le ha causado muchos problemas y se ha granjeado muchos enemigos.

                Cuando ya nos habíamos instalado en su casa, pregunte a Mariam sobre aquella monja y el cura.  Me contesto que la monja era la famosa Sor Ariadna, Priora del Convento de la Encarnación y el cura era el Superior general de la Orden de los Carmelitas Descalzos. ¡Vaya,  vaya! Lo que me  iba a esperar en mi viaje a Roma. Mi prima me prometió quedarse con mi familia mientras yo resolvía unos asuntos. Es mi oportunidad de pasar a la acción.

                Me fui a recabar información acerca de Santa Teresa. Era impresionante lo que decía un viejo, cercano a la escalera de la puerta principal de una de tantas Iglesias.  Me chantajeó y me pidió dinero a cambio de información. Después de pensármelo un rato le  di el dinero, ya que no tengo problemas de finanzas y me moría de ganas por saber más acerca de la reliquia que la monja y el cura deseaban tanto conseguir.

                El viejo empezó a hablar.  En realidad no le estaba escuchando porque mi cerebro estaba pensando en la monja.  Pero de repente una frase captó mi atención. Decía  que si reúnes todas la reliquias de Santa Teresa,  se consigue la información que todos los seres humanos queremos saber sobre el Todopoderoso. 

                Me fui corriendo a casa de mi prima. Le pedí que me facilitara contactar por Skype con  los poseedores de las llaves que abren el sepulcro de Santa Teresa. Y si podía  presentármelos a   todos. La Priora del Convento de Alba de Tormes tenía tres llaves, la Duquesa de Alba otras tres,  el Superior de la Orden de los Carmelitas descalzos tres y el Rey de España una.  Mariam me los presentó diciendo  que yo iba a realizar un trabajo sobre las reliquias, para convencerlos de colaborar.  Mientras ellos hablaban sobre de la Santa,  les pregunté qué pensaban acerca de que las reliquias estuvieran repartidas por diferentes ciudades. Así supe lo que pensaban.

                Contraté a unos agentes para que los persiguieran y averiguaran todo lo que hablaban. Quería saberlo todo,  hasta lo que comían y bebían.  La monja iba a robar las reliquias y necesitaba saber quién iba a ayudarle, cuándo, por qué  y cómo.  Ella tenía un plan genial que por fin descubriría la verdad sobre el Creador. Había que aprovechar cualquier situación.

                Los agentes me comunicaron que la monja, dentro de dos días, mandaría a unos ladrones a robarlas. Pero haciéndose pasar por personas de confianza de ella. Les ordené a cada uno ir a los lugares donde se encontraban las reliquias e intentar que no las robaran. Mientras tanto yo me fui a España a ver a la Duquesa de Alba.  Le pedí que me dejara acceso a las reliquias, con la excusa que mi prima iba a escribir un libro sobre ellas. En realidad  no se podía entrar, ni siquiera la Duquesa tenía acceso. Al final accedió a dejarme verlas a cambio de unos favores un poco especiales. Es sabido que la Duquesa siente debilidades por los hombres jóvenes y yo lo era.

                En un momento en que ella me dejo solo en su habitación, cogí su bufanda y la deje cerca de las reliquias. Ella amablemente me pidió que me quedará más tiempo. Incluso llegó a ofrecerme dinero. No podía permanecer más tiempo, así que la deje y regresé a Roma con mi familia.

                Transcurrieron los dos días más estresados de mi vida, esperando noticias de mis agentes. Las personas en la ciudad estaban inquietas y las masas buscaban culpables.
 La Policía se afanaba en buscar a los ladrones de las reliquias. Al famoso detective Alí, natural de Arabia Saudí pero afincado en España, lo habían enviado a resolver el caso. No sé si lo conseguiría.  Al final, frente a la falta de culpables, decidieron encarcelar a todos los sospechosos. Una decisión aprobada por el Pontífice.

                En la actualidad, disfruto de mi vida en Alicante con mi familia.  Pero seguro que queréis conocer que es lo que paso realmente, quien es el verdadero ladrón.  Os lo voy a contar. Los agentes mandados por  la monja vinieron a robar las reliquias, y eso es lo que hicieron. Los agentes que yo contraté, consiguieron interceptarlos por el camino y quitárselas. Lo que provocó que se dejaran huellas de todos los sospechosos.

Mis hombres me dieron las reliquias.  Y como me había aconsejado el anciano, las trasladé al país del arca perdida, Armenia.  Había que unirlas en una especie de plato de oro que se encuentra en el templo de Garní. Este templo es el único  conservado en este país que no fue destruido por los cristianos. Además, Armenia es el primer país cristiano del mundo desde el año 301. Cuando deposité las reliquias pasó algo inexplicable. Se hizo un agujero en el techo del templo y entro la luz. Y una voz casi inhumana y muy oratoria empezó a hablar. Esa voz era el propio creador. Le fui preguntando y él me respondió a todo. Por fin mis dudas se habían disipado.  Pero si queréis que os cuente lo que me dijo, tendréis que atraparme primero y obligarme a hablar.

Año 2015……

Todo Noticias: Un guardia de seguridad encuentra el dedo de Santa Teresa, dentro de una caja, en perfecto estado de conservación. Otras tres reliquias han sido halladas en Alba de Tormes y el resto en sus lugares de procedencia.  Algo increíble desde hace años para el mundo. Los sospechosos encarcelados han sido puestos en libertad.

Todos pensaban que fue Dios quien las envió. Pero tanto yo como ustedes sabemos quién fue.
 Jerar Khachatryan

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